“Hay muchas escuelas que preparan bailarines fuertes e interesantes. Pero es el momento de apreciar más a los artistas que ponen su alma en la preparación de un rol, que se convierten totalmente en el personaje y viven la historia con el corazón”, explica Aleksey Bogutskiy, director del Ballet Nacional de Rusia.
Se presentan en el país con El lago de los cisnes, buscando mostrar “la profundidad de sentimientos de la obra. La reencarnación y el cambio de carácter de la bailarina principal, la precisión de la interpretación de los otros roles, la sincronización y alta calidad de la coreografía”.
Asegura que el ballet clásico es una forma perpetua de arte, por eso no está en riesgo frente al desarrollo de la danza contemporánea. “Lo que sí hay que fomentar son sindicatos que apoyen a los bailarines. Cada año de trabajo en el escenario cuesta mucha salud”, sostiene. “Comenzamos a los cuatro años, sin saber bien dónde estamos. Sacrificamos gran parte de nuestra infancia, pero gracias al alto nivel competitivo y el interés que
motivan los maestros, aparecen las ganas de superar el propio nivel”. Y agrega que, una vez en el escenario,
“al recibir los aplausos, son tantas las emociones que dan ganas de trabajar más y superar la técnica. A
pesar del cansancio, uno se siente vivo y feliz”.
¿El último ballet que viste?
El efecto Pigmalión, de Boris Eifman.
¿Uno que recomiendes?
Visitar el teatro más seguido, disfrutar y valorar el trabajo de artistas que pusieron toda su vida en esta disciplina.
*Publicada en revista Convivimos. Abril 2020.