«El aplauso es amor». Roberto Peloni

Roberto Peloni no puede estar sin hacer nada. La entrevista fue un martes, su día de descanso de las funciones en el teatro. Sin embargo, se levantó a las seis de la mañana para refaccionar su casa materna en Lanús, volvió a la suya en la ciudad de Buenos Aires y, antes del almuerzo, conversó con Convivimos. Después tendrá que ir a hisoparse para poder trabajar en las dos obras en las que participa, Te quiero, sos perfecto, cambiá y A chorus line. “Me gusta tener proyectos. Soy medio culo inquieto, necesito planificar, no me gusta que se me vayan las horas”, cuenta el actor.

De chico, una espada de juguete era la llave al mundo de la imaginación, ahora es en el escenario donde encuentra ese pasaje. Cuantos más personajes y más distintos sean entre sí, más se entretiene. “Cada uno es un juego distinto, no es lo mismo jugar a la mancha que al ajedrez”, explica moviendo las manos. Al teatro lo conoció de adolescente, sin saber de qué se trataba y descubrió un parque de diversiones.
Su primer papel fue en Las mil y una noches, de Pepe Cibrián, en 2004, siguió con Los productores de Enrique Pinti y, al momento, trabajó con todos los pesos pesados del género de la Argentina. Acaba de cumplir 40 y tiene una reconocida trayectoria en el teatro musical que incluye, en 2015, el Hugo de Oro por su actuación en Shrek. La composición de Lord Farquaad desbordó talento y sacrificio, cada función debía hacerla arrodillado sobre una estructura para lograr la altura del personaje. De su infancia humilde, le quedó el valor del esfuerzo; y de cada maestro con el que se cruzó, recolectó una enseñanza. “Nuestra empresa somos nosotros, nuestra vida. Hay que ser serio en el mejor sentido, tomarlo con importancia, darle valor al oficio”, expresa quien se lució en El cabaret de los hombres perdidos.

Le costó dar el paso a la televisión, pero se animó en Morfi, todos a la mesa, donde desplegó su versatilidad y humor. También tiene tres películas en su historial cinematográfico y está esperando empezar el rodaje de la serie Santa Evita. “Me proyecté hacia lo audiovisual, lo empecé a desear y sucedió”, dice.

¿Cómo describís este momento profesional?

Me siento afortunado, agradecido y feliz. Estar arriba del escenario siempre fue muy especial, emocional y mentalmente, es un lugar de mucho placer. Y esta vez, muchísimo más, porque me olvido de la pandemia, del dolor, de la muerte. Y me conmueven los espectadores, ellos seguro que perdieron algo importante en este tiempo también.

¿Qué buscabas cuando encontraste el teatro?

Me parece que jugar. Soy de procesos lentos, necesito relajarme y entender. Me da el mismo placer que cuando jugaba de niño, solo que ha cambiado y se ha hecho más específico. Estar arriba del escenario es un momento de mucho disfrute y, además, de una sensación de sentirme seguro. Nada malo va a pasar, aunque lo que cuente sea malo, hay una sensación de juego, de seguridad. Hay riesgos, pero que son impulsos, son lindos.

Betiana Blum dijo al aire de Morfi que vos la emocionabas. ¿Los elogios ayudan o desafían?

Ayudan, sobre todo si son de colegas. Lo que busco es el afecto. En realidad, todos los actores lo buscan: podés ganar mucha plata, pero si no te aplauden, no tiene sentido. El aplauso es amor, es escuchar que hiciste algo en el otro que lo emocionó. Me encanta la reacción del aplauso, es una celebración. Es lindo hacerle saltar una risa o un aplauso a alguien, llega electricidad, energía, es la celebración de un momento, de vivir algo.

¿Preferís el camino difícil?

Sí, pero no es consciente. Tengo la enseñanza de que no vi las cosas fáciles nunca, lo único que vi siempre fue que con esfuerzos descomunales se puede. También tengo una valoración de que nada que llega muy rápido dura demasiado o tiene sustento. Me parece que va más por ahí. Todo tiene su tiempo, necesita una elaboración. Me gusta así, las cosas difíciles me estimulan.

¿El teatro musical es popular?

No, aunque sería hermoso que lo fuera. El teatro y cualquier actividad cultural que no llegue a todos es una privación, porque el contacto con el arte le da a una persona más posibilidades, más herramientas, más poder simbólico para imaginar que las cosas pueden ser de otra forma.

¿Tenés un punto de llegada?

No, pero al mismo tiempo es una sensación que tengo en muchos momentos. Cuando digo “Ay qué bien esto”, es un segundo de gracia. De esos tuve muchos en mi carrera. Con esto de que cumplí 40, me siento más grande, más crecido en mi trabajo, en la manera de encararlo, lo disfruto desde otro lugar, veo otras capas. Hay cosas que antes se me escapaban y, como todo, con la edad empezás a ver un poquito más allá.

CAFÉ CON RITA

Cuenta que el café es un buen compañero para leer o estar en la PC, y lo prefiere cortado. “El que más me gusta es el de una cafetería estándar, el que hago en casa nunca sale tan rico”, confiesa. Por la ciudad se mueve en bicicleta o caminando, el auto prefiere no usarlo porque lo estresa. Su mamá falleció en agosto y, desde entonces, su mascota Rita vive con él. Mientras duró la videollamada, la perra no hizo otra cosa que dormir.

Convivimos abril 21-Cafe con Roberto Peloni2

 

 

 

 

 

*Publicada en revista Convivimos. Abril 2021.