Es una de las cantoras más reconocidas de la escena folklórica por el torrente de su voz y su talento. Con casi treinta años de carrera, prepara su nuevo disco.
Fotos: Franco Moreno
María de los Ángeles Salguero es una renacida. En la primera década del 2000 llegó a Buenos Aires con una valija cargada de incertidumbre, una carrera que buscaba su lugar en el folklore, hijos pequeños y un apodo: “La Bruja”. Riojana, vergonzosa y reservada, la gran ciudad la intimidó, pero encontró en su ADN la fuerza para sobreponerse; y en terapia, las herramientas para superar sus miedos y animarse al mundo. “En aquel momento pensé ‘Ya no tengo aquello que tenía en mi pago, ¿quién soy? Ahora soy una nueva persona’, me dije. Desde ese momento, me hice cargo del canto, de este legado”, recuerda hablando lento como una zamba.
Aunque siempre quiso ser bailarina de danzas folklóricas, su canto era irresistible y no había evento que se realizara en La Rioja que no la convocara. Así, a los 12 años se presentó por primera vez en una Fiesta de la Chaya, y desde entonces La Bruja Salguero, con el torrente de su voz, emociona a cada escucha. Una vez, en un acto escolar por el Día de la Madre, mientras cantaba cerró los ojos, y al abrirlos, vio a las mamás de sus compañeros empapadas en lágrimas: “Tiene que ver con la poesía que te identifica. Por eso siempre voy por ese lado, buscando esas canciones que nos abracen a todos”, sostiene.
“No empecé cantando para que fuera una carrera, era algo de mi cotidiano y una manera en que podía hablar y decir lo que sentía”, confiesa. Sin embargo, su talento la ubicó como una de las voces destacadas de la Argentina: en 2015 recibió el premio Konex a Cantante Femenina de Folklore, y dos años más tarde logró la “Consagración” en el Festival de Cosquín, escenario que volvió a pisar este verano.
Mientras disfruta de su debut como abuela, continúa grabando el disco número doce de su trayectoria, el noveno como solista. Adelanta que no hay fecha de lanzamiento confirmado, sino que presentará singles a medida que estén listos.
Contás que elegiste el baile y que el canto te eligió a vos, ¿por qué?
La vida me trajo a Capital Federal y ya no pude seguir ejerciendo la docencia, dejé mi casa, a mis papás. Fue en ese momento que la vida me dijo “Hacete cargo [se emociona], esto que se te ha regalado es por algo”. Me hice cargo de mi voz, de mi canto, que me persiguió toda la vida, y desde ese momento las cosas han fluido de una manera muy vertiginosa, y la búsqueda de lo que quería decir se afianzó aún más. El hecho de crecer, estar y comenzar de nuevo en otro lugar hizo que el canto y mi búsqueda fueran cada vez más profundos. En eso estoy.
¿Cuál es esa búsqueda?
Los artistas hemos nacido con este don para generar aperturas, para patear paredes, para gritar la igualdad de oportunidades para todos. Hace poquito he grabado Saravá, un tema agradeciendo a las maestras y haciéndonos cargo de para qué y por qué cantamos, transmitiendo a las nuevas generaciones que, como me decía mi papá, “si usted tiene un micrófono en la mano, fíjese bien qué va a decir, porque tiene un poder muy importante”. Entonces, en este momento que vivimos en el mundo, la idea es promover aperturas y respeto a las diferencias. Ese es mi “para qué”.
¿Qué poder tiene el canto para generar emociones?
Hay cosas que no se pueden explicar. No se puede armar un artista. Si bien hay un camino directo al éxito que te hace vender discos y entradas, hay otros que son alternativos, porque el canto sincero es algo que nace desde adentro, sale naturalmente. En ese canto sincero hay algo mágico que ningún productor o ninguna profesora de canto te pueden dar, por más que leas millones de libros, es gente que ha sido tocada. Tiene que ver con esto de sentirnos orgullosos de quienes somos. Eso que te ha sido regalado, si lo compartís con el alma abierta, la gente lo siente, y luego cada uno dispara para su lado. Mi utopía es que con este don que se me ha dado pueda cambiar y limpiar emociones oscuras, movilizar a la gente para que este mundo sea mejor, para mis hijos, nietos y los hijos de mis nietos.
¿Por qué elegís nuevos compositores?
El folklore ha tenido mucho movimiento. Creo que estos sacudones políticos que hemos vivido han hecho que la gente buscara otras historias. Desde hace un tiempo, he notado en los shows que cuando hay una canción clásica, la gente la baila, la aplaude, la vitorea, pero cuando hay un tema nuevo, profundo, hay otro recibimiento. Existe otra demanda del público, y estoy orgullosa de saber que todo esto que viene moviéndose desde hace mucho está encontrando un lugar.
¿En lo musical también hay otra demanda? ¿El folklore está abierto?
Siempre fue así. El folklore como fue concebido antiguamente –puro, popular, empírico, regional, anónimo, colectivo– ya no existe, eran otros tiempos. Hoy todo se mueve, el folklore tomó otro color, otra dimensión, y la rítmica y la sonoridad también. Ya tuvimos muchos locos como el Chango Farías Gómez, Pancho Cabral o Jacinto Piedra. Siempre ha sido abierto, pero lo terruñero y el latido de la Pachamama siempre están; al hablar de comunidad en la poesía y en el latido del corazón que es la percusión, el golpe del bombo, de la caja, ahí está lo fundamental. Las sonoridades siempre se han cruzado, por eso prefiero hablar de música argentina. La mía es música argentina de raíz folklórica.
En 2015 fuiste elegida como una de las cantoras de la década, ¿quién era La Bruja en ese momento? ¿Y ahora?
Estaba recién llegando a Buenos Aires, era una bebé. Imaginate que me llega semejante reconocimiento, una gran responsabilidad. Me hice cargo no solo del premio, sino de la voz. Empecé a estudiar, a ir a la fonoaudióloga, a clases de teatro para sacarme la introspección y a la psicóloga para trabajar mi fobia social. Hoy puedo decir que he vuelto a ser una guerrera, una riojana como cuando me fui. Estoy acá, he nacido de nuevo, con toda la garra, toda la tripa y toda la fuerza de venir de una familia humilde en la que tenía que ir de albañil a trabajar con mi papá y ser mamá muy joven. Con muchas ganas de cantar para todos ellos esta libertad que debemos tener, no importa si somos ricos, pobres o cuáles son nuestras elecciones sexuales, políticas o religiosas; tenemos que aprender a respetarnos, por ahí va mi canto.
¿Cómo es la vida de una riojana en la capital?
Una cree que se acostumbra, hasta que estás a unos kilómetros de tu ciudad y te vuelven todos los recuerdos. Al comienzo, lo que más extrañaba eran los olores –a la tierra mojada cuando llueve, a yuyos–, la fuerza del sol, las energías de todo lo que tiene que ver con la naturaleza. También el ritmo y la idiosincrasia de mi gente. Eso era lo que más me dolía. Con el paso del tiempo se acomodó, lo he solucionado cerrando los ojos y conectándome en ese instante con toda mi gente a través de la música, los libros.
¿Cómo son los riojanos?
Los riojanos tenemos sangre aborigen, de los diaguitas, tenemos la belleza del paisaje, la riqueza de nuestra historia. Todos los riojanos son artistas, estamos imbuidos en una cultura que se nos filtra en lo cotidiano, nosotros no vamos a aprender a cantar, a bailar, a componer, es algo que se va pasando de abuelo a padre, de padre a hijo. En la misma familia se nos va transmitiendo el orgullo de sentirse riojano y por nuestra historia. Somos muy fuertes, somos guerreros y guerreras.
¿Nos conocemos poco entre los argentinos?
¡Sí! Pero ahora se ha aprobado la Ley de Folklore en las escuelas, algo maravilloso, porque ya no hará falta que un niño nazca en las provincias para que conozca esta cultura tan rica. A lo largo del país, vamos a tener la posibilidad de que sepan que el folklore no es solo una empanada y una chacarera, sino la literatura, los refranes, la toponimia, la canción de cuna que canta la abuela, las comidas típicas, las formas de las viviendas, las artesanías y esas músicas que vienen desde hace mucho tiempo. Podrán saber e inclusive –yo ya sueño en grande– hablar en nuestras lenguas ancestrales. En las grandes ciudades se toma al folklore como algo despectivo, atrasado, a pesar de que es una realidad de todas las provincias. El folklore y la tradición se mueven constantemente, pero hay una raíz, una base que es todo lo que nos da orgullo.
PING-PONG
Un paisaje: Los Molinos, en la costa riojana; mis alumnos riendo en el recreo.
Una cantora: Tres: Mercedes Sosa, Tona Páez y Julia Zenko.
Una canción de cuna: Gajito de luna, de José Luis Aguirre.
Una palabra muy riojana: “Chinita”.
Una comida: Empanadas fritas en grasa, de carne y con papa, yendo para el lado de La Quebrada.
*Publicada en Revista Convivimos. Febrero 2023.