Referente de la historieta argentina y reconocido en el mundo por sus ilustraciones, el creador de Macanudo habló con Convivimos sobre su presente y los libros que vienen en camino.
Fotos: Laura Ortego
«Dejen que sus hijos se aburran”, lanza Liniers en una especie de súplica hacia el mundo adulto. El historietista, ilustrador y pintor observa que, en la actualidad, ni chicos ni grandes se permiten el aburrimiento, a pesar de ser una puerta para la creatividad. Así, él encontró su oficio, porque cuando no tenía nada para hacer en su infancia, dibujaba para entretenerse.
“Liniers” es el segundo nombre de Ricardo Siri y el elegido para firmar sus trabajos. El más conocido es
Macanudo, que comenzó como una tira en el diario La Nación en 2002. En varias oportunidades, diseñó la portada de The New Yorker, y en 2021 fue el encargado de ilustrar la portada de fin de año de Convivimos. También realizó tapas de discos, como La lengua popular, de Andrés Calamaro. Desde hace una década, junto a su amigo Kevin Johansen, se sube al escenario para pintar en vivo durante sus conciertos.
Hace siete años que vive en medio de un bosque en los Estados Unidos. Una universidad lo invitó a dar clases de historieta latinoamericana y se terminó instalando en una ciudad llamada Norwich, buscando más tranquilidad en la naturaleza. “Descubrí que me gusta mucho vivir ahí, medio escondido, tirando dibujitos desde lejos”, dice sin descartar la idea de volver al país.
Desde allá, con su esposa Angélica Del Campo, dirigen La Editorial Común, un sello dedicado a la publicación de historietas y novelas gráficas. Mientras continúa trabajando en la segunda parte de El fantasma del faro, en coautoría con su compañera, adelanta que se viene un nuevo título de su popular tira, que se llamará Macanudo: Bienvenidos a otro lado.
¿La naturaleza inspira más?
No necesariamente. Es medio lo mismo, te levantás un poco confundido y dibujás lo que sale. En la ciudad o en la naturaleza la confusión es la misma, un poco de todo.
¿Tenés una rutina de trabajo?
Cuando es un trabajo, hay que ir a la oficina, el diario sale todos los días, los libros hay que entregarlos… entonces, no podés hacerte el artista esperando a la musa. Si viene, viene, y si no, tenés que trabajar igual, aunque salga un chiste malo. Y seguir, no hay que parar. La única manera de hacer bien el trabajo es hacerlo, en serio.
En noviembre cumplís 50 años, ¿sos quien imaginabas?
De chico no te imaginás a los 50. Lo máximo eran los 27, que eran los años que iba a cumplir en el 2000. Tendría unos 8 años y me veía andando en moto, con campera de cuero y bigote. Más tarde, vi el videoclip de Crazy Little Thing Called Love, donde Freddy Mercury cae en una moto, con campera de cuero y bigote… por un montón de razones no me salió ser él. Ahora, a los 50, todavía soy pendejo. Entonces digo que sí a Kevin [Johansen], “Hagámonos los músicos”, por ejemplo. Mick Jagger habilitó ser viejo y seguir haciendo payasadas, así que gracias, Mick.
Y en tu carrera, ¿qué balance hacés?
Superó todas mis expectativas de lo que quería hacer cuando era joven. Decía “Ojalá publique en un diario, que me publiquen en Uruguay, así mi proyección es internacional, ojalá algún día lo conozca a Quino y que me edite de la Flor”. Hasta ahí llegaba mi fantasía, así que todo lo demás es la frutilla del postre. Mi postre es chiquitito y está lleno de frutillas, tanto que es difícil encontrar el postre. Todo lo vivo como extra, extraagradecimiento.
¿Fue suerte o trabajo?
Las dos cosas. Una la manejás, la otra no. Sobre la suerte no tenés control, sí manejás el lado del trabajo. Cuando se da la oportunidad, no te van a decir “Entrá vos”, sino “A ver qué ofrecés”. Entonces, hay que tener todo prolijito, ya listo y preparado. Así entré a publicar Bonjour en Página 12. Publicaba unos dibujitos muy chiquitos en “Radar”, hasta que en un momento el editor del suplemento me dijo que le presentara algo, que iba a agregar una tira. En ese momento saqué de mi bolsito 60 tiras que ya tenía dibujadas, hermosas, en acuarela. Si tenés el trabajo hecho, entrás; si lo tenés que explicar, no te van a entender ni agarrar, y al lado hay uno que sí hizo el laburo.
¿Qué valor tiene el dibujo como arte?
La historieta tiene lo mejor de dos mundos que consumo mucho y me generan admiración: el cine y la literatura. En la literatura, abrís el libro y por dentro son todos iguales, letras, blanco y negro, pero te dan la historia desde adentro del personaje. En cambio, el cine le da la piel al personaje. La historieta es lo mejor de esos dos mundos, podés estar adentro del personaje y el autor te puede proponer una estética para llevarte al lugar que se proponga. Cuando ambos funcionan bien, lo escrito y lo dibujado, es como cuando Fred Astaire y Ginger Rogers bailan juntos, es algo que queda en la historia, fluye, te afecta.
¿Qué tiene tu historieta?
Lo lindo de la historieta que hago es que mi trabajo no es dibujar bien. Tampoco era el trabajo de Quino. Nuestro trabajo es a ese dibujito medio simple, por el texto o lo que sea, meterle un alma falsa que está ahí. Si está bien hecho, el personaje se separa del autor, existe por sí mismo, como Mafalda. Se dice “Ah sí, una chiquita con ideas increíbles”, ¡genial, te comiste la mentira! No es una chiquita, es un señor grande.
Cuando empezaste Macanudo, buscabas una palabra optimista para el momento, ¿tenés un vínculo especial con las palabras?
Pensé mucho qué ponerle. De hecho, mi primera tira se llamaba Bonjour, que también era como algo optimista. Mi idea era que te levantaras a la mañana, que abrieras el diario y te saludara la tira. Cuando pasé a La Nación en 2002, veníamos de la crisis del 2001, las Torres Gemelas, ese pesimismo horrible en todo el planeta, y me pareció que era un lindo espacio para que después de las malas noticias, al final de todo, por lo menos apareciera una palabra positiva.
¿Te considerás optimista?
Otro de mis nuevos libros se llama El optimismo es para los valientes. Me considero optimista, y serlo en la Argentina es para valientes. Abrir un negocio es un gesto de optimismo, porque dentro de dos meses hay inflación, en cinco no sé qué otra cosa, siempre trabajando a contracorriente y, sin embargo, no podemos dejar de ser optimistas. Mirá que me gusta el arte bajoneante, ¡feliz de que me depriman! [risas], pero eso emocionalmente te tira a la cama. Si está todo mal y le decís a la gente que está todo mal, nos tiramos todos a la cama a llorar y se acabó. El optimismo es “Está todo mal, pero se puede salir”. Hemos aprendido cosas en la Argentina, por ejemplo, con los golpes de Estado: antes era “¿Cuándo es el próximo?”, hoy hace 40 años que no hay porque aprendimos la lección, hay que aprender otras. No es imposible salir de los fangales en los que nos metemos como argentinos y como seres humanos.
En tu infancia eras tímido, ya no tanto, ¿qué descubriste cuando soltaste la timidez?
A los otros. De chico me sentía muy protegido en casa, sabía que me querían y que no me iban a andar juzgando; después iba al colegio, casi nadie me conocía y pensaba que todos los de mi clase sabían qué hacer menos yo. El puente que utilicé para romper esa timidez fue la historieta. Cuando empecé a publicar los libros, la gente te conocía de antes, llegaba a un lugar y te decían “Ah vos dibujás el robot sensible, qué personaje que sos”, era como en mi casa, no tenía que explicar quién era. Después, como quería vivir de esto, una vez que publicaba los libros, tenía que presentarlos, entonces me dije “No voy a permitir que mi timidez no me deje tener una carrera en la historieta, vaya, Ricardo, y presente”. Todo lo hice con miedo y timidez, pero pensando “No te pierdas algo por tímido”. No es fácil, pero es algo que podés anular. Además, la timidez tiene que ver con el ego, lo que los otros van a pensar de vos, y la verdad es que nadie piensa nada, cada uno está en su mambo, entonces cada uno puede hacer lo que se le dé la gana.
Además de dibujar, tenés la editorial, seguís con el espectáculo con Johansen, ¿sos inquieto?
El aburrimiento es mi enemigo número uno. Supongo que es la razón por la que dibujo. Cuando era chiquito, por momentos no había nada para hacer, si me despertaba a las 8 de la mañana un sábado y prendía la tele, hacía “shishisha”, así que agarraba un papel y me ponía a dibujar para ver si me entretenía un rato hasta que se levantara el resto. Estamos en un momento casi angustiante, la gente no sabe aburrirse. Es muy fácil no aburrirse, antes la cola del banco o andar en auto eran los ratos de pensar, ahora no, enseguida ponés un pódcast o algún disco. Peor todavía, a los niños los estamos educando sin saber aburrirse, sin darles esa opción de decir “Uy, estoy tan aburrido que voy a tocar la guitarra o escribir una novela”.
PING-PONG
Una palabra optimista: “Sí”.
Un lugar en el mundo: Donde esté mi familia.
Uno de tus personajes: Los tres de los libros inspirados en mis hijas: Los sábados son como globo rojo, Buenas noches planeta y Flores salvajes.
Un objeto macanudo: Mis acuarelas.
Un color: Cuando decís uno solo es un bodrio, imaginate todo el planeta rojo, ¡horrible! El negro, porque es el que uso para dibujar, la tinta negra.
*Publicada en revista Convivimos. Agosto 2023.