«En Latinoamérica tenemos una riqueza infinita». Cecilia Todd

Cecilia Todd indaga y recopila la música folclórica popular de Venezuela porque está convencida de que no puede perderse. Cantante y cuatrista, la dulzura de su voz es marca registrada en América Latina.

Por Daiana García Cueto   Fotos  Cecilia Casenave

A Venezuela, Cecilia Todd (64) la tiene en su carácter y en  sus canciones. Ella, amable y risueña, así demuestra su sangre caribeña. “Somos muy solidarios”, asegura; “estamos ahí pendientes de los demás; se sienten bien tratados cuando vienen de afuera”. Piensa que la influencia africana, el clima, el sol permanente, el mar, tal vez, influyan en la manera de ser de quienes nacen en esa parte del mundo. Con su voz, recupera las canciones de su pueblo, de este y otros tiempos. Joropos, merengues o cualquier ritmo folclórico de Venezuela entona y musicaliza con su cuatro. “Es muy versátil, aparte de ser pequeño y cariñoso, él se amolda a cualquier género nuestro. Acompaña a toda la música venezolana”. Además, adapta su instrumento a ritmos de otras tierras, como el chamamé o alguna que otra chacarera.

En 1970 empezó a cantar profesionalmente, pero a este pequeño instrumento lo toca desde los cinco años. Al principio, su padre no quería que su hija más chica se dedicara a la música. Durante años, no fue a verla a los conciertos, hasta que un día la escuchó, y, a partir de ese momento, no se perdió ninguna presentación. Es la menor de seis hermanos, todos expertos intérpretes del cuatro. Ellos fueron sus primeros maestros.

“Pajarillo verde”, “La embarazada del viento” y “El norte es una quimera” son algunas de las canciones con las que la dulzura de su voz y la precisa ejecución de su instrumento recorren el cancionero popular de la región. En su discografía figuran trece placas. La primera, Pajarillo Verde, fue grabada en Argentina en 1973 y considerada una de las mejores del folclore latinoamericano del siglo XX.

En nuestro país vivió algunos años, tiempo en el que se hizo amiga, entre otros personajes de nuestra música, de Mercedes Sosa. Hoy vive en El Hatillo, a las afueras de Caracas, y su trabajo más reciente es un disco conjunto con la cubana Liuba María Hevia, titulado Hay quien precisa.

Además de dedicar toda su carrera a indagar, rastrear y difundir el cancionero folclórico de su país y sus autores, asegura saber bailar los ritmos tradicionales. “Me encanta bailar. Lo hago bastante. Sólo hay uno que no sé, porque tiene una coreografía complicada, el baile de la Fiesta de San Antonio, que se celebra el 13 de junio”.

¿Por qué ligar tu carrera a la difusión del folclore de tu país?

Me siento muy identificada, me gusta muchísimo y es muy rico. Me siento muy a gusto cantando, y estar cerca de él me ha motivado. Y con el tiempo, se ha convertido en un compromiso y una responsabilidad que tenemos de defender lo nuestro, nuestra forma de expresarnos. La música comercial ha ido reemplazando a nuestras expresiones, lo que estamos sufriendo con esa situación es una cosa avasallante. Es una forma de seguir defendiéndolo. Me siento muy venezolana, es nuestra forma de expresarnos y hay que hacer que perdure en el tiempo.

¿Por qué es una responsabilidad? 

Es importante y muy necesario, no podemos perder como cultura. Hablo en plural porque todos estamos sufriendo esto, necesitamos identificarnos y tener ese sentido de pertenencia desde todo punto de vista. No es solo a nivel musical, es a todo nivel lo de la cultura impuesta, en el cine, el modo de pensar, de comer.

¿Cuál es esa identidad? 

Tenemos, en Latinoamérica, una riqueza infinita. En la música es el resultado de tantas mezclas culturales, creo que un poco identificarla es eso, discutir, sentir nuestras raíces, tenemos muchas cosas en común, entre otras, que venimos del mismo sitio, de la misma raíz.

¿Por qué siempre el cuatro?

Me representa, lo toco desde pequeñita y porque acompaña a toda la música. Nos hicimos compañeros de viaje.

Antes, en todas las casas venezolanas, había un cuatro. ¿Qué lo reemplazó?

o que se oye por la radio y la televisión es música de otras partes del mundo, y las nuevas generaciones se sienten identificadas con otras cosas. Por otra parte, en los últimos años, existe en Venezuela un proyecto de orquestas juveniles que ha hecho mucha promoción de músicas no folclóricas. Entonces el cuatro ha sido reemplazado por instrumentos de orquestas sinfónicas.

¿Por qué ese cuestionamiento a la iniciativa?

Indudablemente, es indiscutible el bien que se le hace a los niños, es una herramienta para acercarlos a la música, abrirles los ojos a otros mundos. Pero eso también se puede hacer con la música popular. La que se enseña es una música que no nos representa. Es muy grave el alejamiento de los niños de nuestra cultura, de lo que somos.

¿Pensás que el cancionero popular latinoamericano está atravesando un renacer?

Sí, indiscutiblemente, no solo en Venezuela, en todas partes. Hay mucho talento en todas las generaciones que están aportando a nuestra música. Lo digo con emoción, es importante que sea así. Que se siga difundiendo, y que se sientan identificados con la cultura nuestra en general.

¿Cuál es el poder de la canción?

Es infinito. No se puede imaginar la trascendencia de una canción, así sea cantada en finlandés. La música despierta sentimientos, emociones. No sabemos dónde pueden ser transformadoras, porque es mucho más de lo que uno imagina.

CAFÉ EXIGENTE

Venezuela es un país cafetero y Cecilia sabe del tema. “Me gusta mucho el café. Pero se me ha convertido casi en un problema, porque no siempre hay café bueno, o no se sabe preparar. Soy exigente”. Asegura que ha afinado el gusto con el chocolate. Además de cantar, le gusta leer y, con mucha pasión, cocina para compartir. “Con una buena compañía, todo es mejor”, dice, y confiesa que, si en su casa hay amigos, pone música instrumental para que acompañe, porque si está sola prefiere oírla, no pone discos solo para que estén sonando.

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*Publicado en revista Convivimos. Octubre 2015.