“Mi obra no tiene estructuras ni prejuicios”. Milo Lockett

Es uno de los artistas plásticos que más vende en Argentina y no reniega de su masividad. Por el contrario, agradece que su obra llegue a la gente en diferentes formatos. Trabajador y luchador, así se define este chaqueño que se ha superado a sí mismo. 

Por Daiana García Cueto. Fotos Cecilia Casenave.

Algunos desayunan con Milo, otros duermen, caminan o juegan con él. Es que las obras de Milo Lockett (47) están plasmadas en zapatillas, tazas, rompecabezas, sábanas y distintos objetos de uso cotidiano. “Muchas veces los artistas no entienden que no importa en qué soporte lo hagas, mientras estés dentro del arte, es válido”, afirma, mientras a su alrededor se monta una instalación sobre su trabajo. Se llama El juego de Milo y es una muestra organizada por el Museo Barrilete de la ciudad de Córdoba, destinada a que los chicos interactúen con la obra del artista chaqueño.

Ser pintor no fue algo planeado. Le gustaba de chico, asistió a talleres de arte mientras iba a la escuela primaria, pero lo dejó por el deporte porque sus pares se reían de su orientación por las bellas ar-tes. También se burlaban del apodo que su hermana Catalina le puso involuntariamente al no poder pronunciar la letra “e”. Pero, lejos de cambiarlo, se lo quedó y lo hizo su nombre. Milo es Emilio y nació en Resistencia un 1 de diciembre de 1967. Tampoco fue consciente el modo en que sus obras comenzaron a masificarse, una multiplicación que ha generado tensión entre las diversas posturas sobre qué es el arte: “Cuando hablan de la masividad, son prejuiciosos, porque hay gente que no puede acceder a un cuadro y yo no podría pintar uno para cada argentino”.

“Soy un rompe pelotas”, anuncia para definirse como un hombre muy laburador. Se levanta temprano y trabaja unas doce horas. “Cada día es distinto. Planifico para que no sea igual, si no, me aburro”. En su taller, de fondo puede sonar un reggaetón o una cumbia que ponen sus asistentes, pero eso no le importa mucho. Un café, un cigarrillo o un vaso de whisky es lo único que necesita para aislarse en su mundo. Va rotando entre tres talleres, dos están en Buenos Aires (Barracas y Palermo), y otro, en Chaco.

A su tierra natal la tiene muy presente, aunque actualmente esté viviendo en Buenos Aires, junto a su mujer, Luciana Vernet, y sus hijos Jerónimo (2) y Tomás, recién llegado a este mundo. En Chaco están su hija Olivia (18), su mamá Blanca, sus hermanos y amigos. También su bar, al que define como su lugar de encuentro. “Me gusta volver”, asegura, y, además de los afectos, en su ciudad quedan los recuerdos del pasado que le forjó el presente. “Es una etapa que cerré bien, por eso la cerré”, refiriéndose al quiebre de su fábrica textil en 2001. Cuando Argentina se sumergía en unos de los peores momentos económicos, sociales y políticos de su historia, Milo aprendió a elegir la pasión. “Me reinvento, me sostengo, me aferro a lo imposible luchando. No me gustan las cosas que son fáciles, esa es otra cosa que me ayudó en la vida, si las cosas son fáciles, las dejo. Prefiero que me cueste, porque ahí me seduce y encuentro la búsqueda para poder llegar. Mi camino no fue fácil”.

¿De qué vas a vivir?, le preguntaba todo el mundo cuando optó por dedicar-se al arte. “Al principio me costó que la gente no pensara que estaba loco. Estaba dispuesto a cagarme de hambre para dedicarme a pintar. Fue una decisión súper valiente, después los años me dieron la razón de que no estaba equivocado en lo que estaba buscando”.

¿Por qué te convertiste en uno de los pintores más vendidos?

Se juntan muchas situaciones. La carrera de un artista es la construcción cotidiana y sucesión de hechos de todos los días. Uno va proponiendo y a la gen-te le tiene que gustar la obra, tiene que haber un público que la reciba, y después va creciendo de acuerdo a cómo te organizás, cómo llegás, pero siempre tiene que gustar. La comunicación es la obra, no hay fórmula ni operación de prensa para convertirte en un vendedor de cuadros. En la realidad, te tiene que gustar la obra para adquirirla, hacerla propia y convivir con ella.

¿Qué gusta de la tuya?

La simpleza. Es muy sencilla, simple, no tiene pretensión de ser obra de arte. Muchos se paran frente a la obra y piensan que lo pueden hacer mejor. Se sienten representados. Creo que conecté con la gente, y eso te pasa o no te pasa, el público descubre y va decidiendo qué artista quiere tener. Es exigente.

¿Qué te genera esa posición de la gente?

No me molesta, respeto mucho el trabajo del otro. Me da mucho placer cuan-do alguien me dice que le gustó y quiere pintar, me siento orgulloso. Porque el arte tiene que servir para transmitir algo, para ayudar a que alguien salga o encuentre su lugar.

¿Cualquiera puede hacer uso de este lenguaje?

Sí, el arte es un derecho adquirido por todos. No tiene que pertenecer a una elite o una determinada clase social. Cuando hablás de arte, hablás de sensibilidad, y si estimulamos la sensibilidad de un niño, se va a parar de una manera diferente ante la vida. Tampoco estamos ha-blando que cualquiera pinta un cuadro; ser artista es una cosa más compleja.

¿Qué pensás de la reproducción de tus obras? 

No me molesta, al contario. Estoy dando el ejemplo de algo que está pasando en el mundo, esto mismo les pasa a otros artistas. Cuando a alguien le gusta adquirir una remera, una zapatilla, es porque se siente parte de la vida del artista, se siente identificado o le gusta la estética. El arte modificó la vida de las personas. En los últimos 50 años, vos no le conocías la cocina a una casa, se cerraba la puerta. Hoy, cuando entrás por la arquitectura, la cocina es la vedette de la casa. Y si hay gente que no puede con-sumir un cuadro, ¿por qué no va a poder consumir un vestido?, es un modo de que el arte llegue, pero existe el prejuicio de que el cuadro tiene que estar en un mu-seo o en la casa de alguien rico.

¿Tu posicionamiento te ha enfrentado a otros artistas?

Sí, tenemos posturas distintas con muchos. La cosa no pasa por la discusión o sostener una ideología, pasa por las acciones, las decisiones que tomás. Yo voy cambian-do todo el tiempo el pensamiento, uno no piensa toda su vida lo mismo, y estoy muy permeable a esas cosas, estoy abierto a es-cuchar ideas, me gusta la gente que piensa distinto. Los escucho, los analizo, veo dónde hago conexión o dónde no.

¿Cómo construiste tu estilo?

Todo 2004 trabajé sin imagen, hice un ejercicio de trabajar sólo con el color, abstracto, porque todos decían: “Milo gusta porque hace una obra sencilla, del nenito O la nenita”. Se volvía decorativo, entonces volví a la imagen. Para mí, soy un colorista, hago cosas muy jugadas. De este modo, hacés que el otro, que no se anima, le guste porque proyecta. Mi obra no tiene ni estructuras ni prejuicios. Me multipliqué, lejos de lo que pensé que me iba a pasar. Lo más interesante, y que a la gente le gustó, es que no tengo prejuicio de equivocarme, de trabajar con el error, de no asustarme cuando pasa. Tenemos muchos prejuicios de lo que es válido y de la fórmulas.

¿Tu mensaje es el de desprejuiciarse?

Para mí está bueno que la gente se anime a pintar y que los artistas seamos más generosos. No hablo del ego, sino de lo que podemos llegar a dar. La gente nos mira, nos cree.

¿Es una apuesta para popularizar el arte?

Lo hice de manera inconsciente, la idea tampoco era hacer el arte popular. A mí me gusta la inclusión y la educación, es la base para mejorar la sociedad.

¿Por qué la educación?

Está bueno cuando las escuelas trabajan con los chicos el mundo del arte, porque estimulan, rompen estructuras. El arte se trasforma en una nueva oportunidad. En sociedades como las nuestras, capitalistas, de consumo, proponer el conocimiento es una genialidad. La única revolución posible es la de la educación. Sin educación, no podemos hacer nada, ni siquiera acercar-nos al mundo del arte. Uno tiene que estimular, para que el otro pierda el prejuicio ante saber o no saber. Nuestra sociedad es muy prejuiciosa, muy arcaica en cuanto al conocimiento del arte.

HOMBRE DE ACCIÓN

“El arte me salvó la vida”, anuncia sin dudarlo cuando recuerda que fue el arte el que lo contuvo después de la quiebra de su fábrica. Ese momento delicado le dejó di-versas enseñanzas que aplicó como banderas. “Soy un tipo que ha fracasado mucho. Perdí muchas batallas antes de estar acá, en el lugar que estoy. Por eso elijo cada día ser mejor. No soy religioso, no soy político, no soy de una secta, soy independiente y tengo muchas ganas de cambiar cosas”.

Cuando habla de trasformar, no se refiere a sus obras. “No necesito cambiar a cada rato, ese es otro prejuicio. Yo estoy feliz con lo que hago y no le temo a la re-petición. Mis dibujos son parecidos, no son iguales. Me gustaría pintar de muchas formas, pero ésta es la que me sale, y no me enojo con eso, lo disfruto. Cuando uno no hace lo que sabe o le gusta, no tiene el peso para sostenerse en el tiempo”.

Dice que la realidad le duele y lo con-mueven la pobreza, la situación de calle, la violencia, la falta de educación. Esa es la realidad que quiere modificar. “Uno es solidario en la construcción cotidiana de todos los días, cuando se para en la calle a ayudar a alguien, es el minuto de la buena práctica, sin ser hipócrita, sin hacer caridad, cuando hay sentido de comunidad”. Milo participa en numerosas actividades con fines sociales. Pintó murales en jardines infantiles de Resistencia junto a chicos con síndrome de Down; participa de subas-tas solidarias; lleva adelante el proyecto de construir un hospital infantil en su ciudad. “Logramos que gobierno se interese por el tema; y van a poner la plata para terminarlo, porque es un lugar público y de la provincia”, comenta sobre esta iniciativa. También recorre escuelas del interior del Chaco, dicta talleres en pequeñas ciudades del norte argentino e integra un grupo de artistas que trabajan con aborígenes en el Proyecto Red Latinoamericana.

¿Te llaman de partidos políticos por tu perfil solidario?

Me han llamado, pero también me han dicho andate, no nos interesa más lo que decís. No me interesa la participación política, no podría estar al lado de la gente que hace política, no les creo, descreo de la política, me cuesta mucho. Tiene que ver con nuestra educación política, nos faltan muchas décadas para tener gente más inteligente, más honesta, menos corrupta.

¿El arte es la solución de las diferencias sociales? ¿Cuál es su función?

No es para solucionar, es un puente, un vínculo, no vas a transformar el mundo pintando cuadritos. La acción integra, comunica, baja un decibel. Minimizamos tanto el mundo del Arte… es como las cosas importantes. ¿Qué es lo más importante en la escuela?  Matemáticas, Lengua, Historia (más o menos), y cuando decís “Artes” es la hora libre. Ahí nos equivocamos. Cuando sos chiquito, tu primera manifestación es rayar, no decís 5 x 4 = 20. Es una construcción que llega después. Empezás haciendo una mancha y llegás a la primaria y cambia todo otra vez. Llegás a la estructura, que muchas veces no tendría que aparecer. ¿Por qué corregir cuando un chico se sale del reglón?, tiene muchos años para volver.

Invitado Milo Lockett Milo Lockett 2

 

 

 

 

 

*Publicado en Revista Convivimos. Octubre 2015.