Para José María Muscari, ni él ni sus elencos son las estrellas, lo que convoca al público y llena salas son los propios espectáculos. Asegura que el momento que está viviendo es fruto de la sedimentación de su trabajo. Charla con un «ex-ruludo» que se rapa desde los 21.
Por Daiana García Cueto Foto Sebastián Salguero
Tengo el suficiente ego para hacerme un lugar en esta profesión. Lo tengo acomodado para hacer lo que tengo que hacer y saber que, en cada espectáculo, uno recomienza, que no tenés ‘la vaca atada’ ni el éxito cosechado”, lanza José María Muscari (39), el actor, director y dramaturgo que se entrometió en el mundo de las tablas a los 16 años actuando en su propia obra -Necesitamos oxígeno- en el mítico Centro Parakultural de Buenos Aires. Le siguieron Criaturas de las sombras, Pornografía emocional y Desangradas en Glamour, ésta última, con la que ingresó en el circuito comercial. Los textos y puestas en escena jugaban con los límites de lo tradicional y por eso recibió las etiquetas de transgresor, kitch o bizarro, calificativos con los que asegura llevarse con naturalidad. “Siempre tuve claro que, para surfear el camino del espectáculo, no podía creerme nada, ni lo bueno ni lo malo. No soy la persona del éxito de la que hablan, tampoco el transgresor, no soy el que bailo con Tinelli o el que dirige García Lorca. Soy un poco todos”, dice sentado en posición de indio en el sillón del bar. Habla mucho, pero con las pausas necesarias como para que su té no se enfríe.
Casi llega a los 60 espectáculos realizados en tan pocos años de vida. En la temporada de verano 2016, fueron cinco, en Buenos Aires, Mar del Plata, Carlos Paz y Uruguay: Casa Valentina, Extinguidas, La Casa de Bernarda Alba (con dos elencos y cuatro años en cartel) y El secreto de la vida. Todos de gran convocatoria, largas filas y entradas agotadas. “Me gusta disfrutar de la popularidad, del éxito comercial, que el público elija mis obras y los pro-ductores reparen en mí. Pero también disfrutaba cuando mis producciones estaban arraigadas en el under. Pivoteo entre los circuitos, y mi paso por el under definió mi forma de hacer teatro comercial, que es diferente a los demás”.
Este mes sale por el país con Extinguidas y se anima a la adaptación de Coqueluche, la obra que hace 40 años hizo famosa a Thelma Biral y en la que también actuaban Niní Marshall y Ana María Campoy. Además, continúa con su programa Muy Muscari, por el Canal de la Ciudad (Buenos Aires).
¿Cómo hacés para dirigir varias obras al mismo tiempo?
Con buena organización y buenos equipos. En cada una tengo un asistente de dirección y un productor ejecutivo, y agradezco a la era del Whatsapp, que me permite estar conectado con cada elenco. Pero tengo una ley interna: sólo ensayo una obra a la vez. Cuando gesto un espectáculo, sólo me dedico a eso. También veo una función por semana de cada obra y tengo una reacción estrecha con los actores, entonces, cuando tienen alguna inquietud artística, me llaman o mandan un Whatsapp, y me acerco para ver si quieren cambiar algo. Cada elenco tiene su propia mística, pero están bastante orientados bajo la impronta que diagramé, y esa dinámica la sigue incentivando el asistente.
¿Cuál es esa impronta?
No hay algo que pido a todos por igual porque cada obra pide algo diferente. Sí hay cosas fundamentales: primero, llamo a los actores porque me gusta cómo piensan, y segundo, porque me gusta cómo actúan. Me gusta trabajar con gen-te inteligente y que tiene el ego bien acomodado. Es muy importante el ego de los actores arriba del escenario, cuando se bajan son personas normales. En ese sentido, la vedette de mi obra es mi propia obra, ni los actores que la integran ni yo. La gente va a ver la obra, no a un determinado actor o a Muscari. Entonces les pido que trabajen en pos de la obra, no en pos de sí mismos.
¿Por qué creés que tus obras tienen éxito?
Para el público, un espectáculo mío es un referente de trabajo. No encuentran algo improvisado, te puede gustar o no, pero hay seriedad y profesionalismo. Por otro, tengo una forma particular de armar elencos que equilibra lo mediático, lo prestigioso, lo popular y también lo retro. El éxito no tiene mucha explicación, si supiera cómo hacerlo, lo haría siempre. Este es un momento donde, por suerte, mis obras van muy bien, pero nadie sabe cómo hacer un éxito. Y hay un imponderable, lo que el público quiere ver y lo que no. Creo que mis obras dicen cosas, además de entretener. Contienen humor, pero te movilizan, tienen ese plus, es una capa de cebolla: el público que quiere divertirse lo hace, el que quiere contenido lo encuentra, el que quiere un elenco popular, está. Hay un espectador ideal que quiere las tres cosas, pero también el que quiere una, entonces que sea una cebolla colabora a que sea exitosa, porque es para diferentes públicos: el intelectual, el popular y el cholulo.
¿Las temáticas, por arriesgadas o transgresoras, son convocantes?
Es raro. La casa de Bernarda Alba es un gran éxito y no tiene nada de transgresor. En cambio, Casa Valentina son hombres que se travisten. Pongo estos ejemplos porque están en las antípodas. Bernarda Alba lo que tiene es que lo hago yo, que soy tildado de transgresor. Sí convoca que hago algo diferente, que no quiero parecerme a nadie, algo autónomo y auténtico.
¿Escribir o adaptar?
Es una ventaja, como director, escribir mis obras, porque después las reescribo en escena, no cambio el texto, las re-ilumino. Soy un dramaturgo en función del director, no escribo por el placer de escribir, sino por el placer de dirigir. Me funciona muy bien cuando tengo un elenco armado y escribo para ellos, por-que dejo volar la imaginación, pero con la limitante concreta de saber quién lo va a encarnar. Eso me permite todo y con experiencias distintas. Por ejemplo, de Extinguidas, que escribí, y de La casa de Bernarda Alba, que adapté, me siento dueño total. Obviamente sé que es una obra de García Lorca, pero la única forma de hacerla es sintiéndola propia.
“¿CAFÉ? NO, GRACIAS»
«Té de menta o canela por la mañana. De tarde, frutas, licuado de banana, jamón crudo, una dieta proteica para el gimnasio, porque me gusta moldear el cuerpo”, confiesa el director cuyas obras, en su mayoría, tienen mujeres como protagonistas. “Me entiendo más con ellas, porque el trabajo que planteo tiene que ver con la visceralidad en escena, y la actrices ponen primero el cuerpo y después la cabeza, en cambio, los hombres son menos in-tuitivos y más pensantes”.
*Publicada en revista Convivimos. Abril 2016.