Irreverente frente a las injusticias, busca la potencia creativa en reinventar lo femenino y el lenguaje. Elisa Gagliano, una fruta fértil en el campo teatral.
Por Dai García Cueto Foto Sebastián Salguero
Elisa Gagliano es actriz, directora, dramaturga y poeta. Es todo eso y nada al mismo tiempo. Escapando de las definiciones permanentes, se cuida de no morir en la mirada ajena y de que no se apague su llama interior.
Cordobesa de nacimiento, se presentó en la escena de la mano del stand up para luego girar el timón de su barco creativo y encontrar en el teatro el lugar para decir. Su única brújula es la propia libido. Este año estrenó La familia Finisterre, obra que además de recibir elogios y brindar funciones a sala llena, fue seleccionada como representante del circuito independiente de Córdoba en el Festival del Teatro Mercosur. Su primera pieza fue Papá Barbie o la antihistoria. “Cuando las mujeres con una práctica dentro del campo creativo, que tenemos reflexiones políticas sobre cómo el patriarcado reprodujo una manera de pensar y de
contar, hemos podido desmontar esos argumentos, surgen nuevas búsquedas en torno a lo femenino y a las geometrías de los vínculos, de lo político y del lenguaje”, explica con la misma serenidad que ofrece el paisaje de su casa en Salsipuedes.
¿Te estás encontrando más en el teatro?
Sí. El stand up tenía un techo creativo, porque estás sola y se espera de vos que hagas reír. Me había quedado un poco encorsetada en eso y tuve la necesidad de correrme, de poner la palabra, el cuerpo y la visibilidad para recibir el odio, el amor, la admiración, el rechazo. Todo en una persona me parecía un montón. En
cambio, detrás de escena estoy bien, me siento una malvada en las tinieblas.
¿Cómo sos como directora?
Presto atención a poner en jaque el lugar de la dirección, por el motivo de que el combate es primero hacia adentro cuando se quieren cambiar hacia afuera las cosas. Me pregunté mucho qué es ser una directora, qué se espera de una y he tratado de correrme de esos lugares. Más bien invitar a los otros a perderse conmigo,
a no saber a dónde vamos y a confiar en la potencia del grupo. Sí tengo claro lo que quiero, entonces invito al juego que tengo ganas de jugar. Soy terca con lo que deseo que pase.
¿Qué querés poner en escena?
Lo que quiero es la potencia, que es lo que más me da esperanza en lo humano, lo que me genera más libido,
me da alegría y contradicciones morales. Me invento los juegos para estar en la alquimia de las cosas que son potentes.
¿También te estás alejando del humor?
No, si me alejo me muero. Me gusta lo que dice Rafael Spregelburd, que cuando nos reímos el mundo nos está proponiendo un desvío de nuestra lógica, una más interesante de la que teníamos. El humor en el stand up es una naranja a la mitad donde solo se ve la parte luminosa. Pero siempre se encuentra sustentado por una parte oscura, porque estamos saltando de algo que nos preocupa, que es espantoso. En cambio, el teatro permite que no haya que partir esa naranja y que pueda girar, mostrando cosas muy terribles y después reírte de eso.
¿Te sentís pionera en poner al feminismo en el escenario en Córdoba?
No, porque seguramente alguien lo hizo antes y yo lo escuché. Me siento una persona que no soporta la injusticia, no es algo racional. Siempre he sido un fusible de esas cosas, desde chiquita, en mi libreta de guardería me dijeron eso. Me doy cuenta de que cuando eso ya está bien, no me interesa. Cuando todo el mundo está de acuerdo, a mí me aburre, no puedo. Para mí ese es el comienzo de un fascismo y tengo mucho cuidado con eso.
¿Por qué elegiste el arte?
María Negroni dice que el arte esuna maqueta de la fiebre. Esa definición me parece hermosa. Poder construir en tu dimensión, en tus posibilidades, en tu propia capacidad y potencia lo que te arde. No encontré otras maneras de construir una maqueta, a la vez jugar y poner en cuestión lo que está en ebullición. También creo que es una frutera más fértil que otras.
Decís que no sos nada, pero ¿quién sos?
Un mutante. No quiero pensar nada sobre si soy hombre o mujer, buena o mala. El mundo ya se ha encargado de construirnos cárceles inmensas respecto de las categorías, hay que hacer la fuerza opuesta. Creo que toda la información del universo está en el interior de una persona, como una gran consola
de todas las potencias posibles: la de ser asesino, héroe, víctima o victimario. Las palabras te van quitando teclas de la consola, es decir que te sacan la posibilidad de mutar, de entender que hay un devenir de la existencia y que la vida es inconmensurable.
¿El fracaso no es una palabra de tu diccionario?
El fracaso es la puerta de la potencia. Hay que aprender a fracasar cada vez mejor, porque detrás de eso está lo que es potente, en ese lugar empieza a brillar la cosa. Pero le tenemos tanto miedo al encuentro con el fracaso que lo esquivamos.
CAFÉ EXCLUSIVO
En su balcón con vista a las Sierras Chicas de Córdoba rueda el mate amargo. No toma mucho café, lo
prefiere cuando un amigo lo trae de Colombia. Ahora le regalaron uno de Turquía que disfruta como una
porción de lemon pie: “Me detengo en el olor, en la espumita”. Por su interpretación en Clase ganó
como Mejor Actriz en el Premio Provincial de Teatro 2018. Entre sus participaciones en cine está Mochila
de plomo, de Darío Mascambroni. Es autora del libro El secreto de las polillas urgentes.
*Publicado en revista Convivimos. Noviembre 2019.