Elena Placci: Nadar la vida

Los sueños no tienen fecha de vencimiento para Elena Placci, quien empezó a nadar a los 64 años y llegó a ser campeona en los máster de natación.  Asegura que tener objetivos es lo que da vida.

Foto Sebastián Salguero

Cuando festejó sus 80 años, Elena Placci entregó de souvenir las medallas que había ganado nadando. Los varones se las llevaron en forma de llavero, y las mujeres, como imanes para la heladera. Consiguió más de quinientas en torneos nacionales e internacionales, y las que no regaló, las guarda en una caja de zapatos. Ella quería nadar, competir también, pero no se había propuesto ser una gran nadadora, y se ríe cuando lo piensa. Su primer chapuzón profesional fue en 1999, a los 64 años. El mismo año que se jubilaba como profesora de inglés, no de la vida.

No recuerda la primera vez que se subió al podio. Por las dudas, lo tiene todo anotado. “Carrera por carrera, lugar que obtuve y tiempo que hice. Así puedo comparar cómo con los años uno va aumentando los tiempos”, relata. En cambio, sí recuerda con detalle las palabras de Emilio López Alonso, quien contaba la experiencia de ser nadador máster en el noticiero, y que fueron las que la motivaron a intentarlo. “Cuando cortaron la transmisión, llamé al canal y me facilitaron su número. Marqué y me atendió el capitán del equipo máster, quien me dijo: ‘Tráigase la malla esta tarde para que la vea el entrenador’. Así empezó mi carrera de nadadora”, recuerda. El objetivo que tenía en mente comenzaba a tomar forma. “Se me facilitaba el futuro. Fue el broche de oro para empezar a cumplirlo”, dice con tonada cordobesa.

Las primeras incursiones en la pileta fueron en Río Cuarto, su ciudad natal, sin profesor, solo observando. “Pero en las vacaciones nomás, porque no había pileta de agua caliente. Además, cambiaban el agua los lunes y era de pozo, así que estaba tan helada que no te podías ni meter”, cuenta. Siempre le gustó la natación, pero la tenía con puntos suspensivos. “Antes no estaba en condiciones de tiempo para hacerlo, porque tenía mis hijas chicas todavía”, dice la mamá de Ana Carolina (46), Rosalía (44) y Cecilia (43). Para la época, se casó de grande, cuando tenía 37 años, y “después de haber viajado tranquilamente sola” con becas de estudio en Estados Unidos e Italia. El año pasado, cuando compitió en Torino, se hospedó en la casa de una amiga que había conocido cuando era becaria.

Este hobbie también le dio amistades, entre otras retribuciones. “Desde el punto de vista físico no hay dudas de que me ha ayudado. No solo lo siento yo, sino que me lo dicen los médicos. Desde lo emocional, también. Ha sido muy lindo conocer un montón de gente y personajes de 100 años nadando al lado mío con un ánimo realmente admirable. También pude visitar países. Ha sido muy positivo”. Confiesa que los únicos secretos son la voluntad y la constancia. “Tanto es así, que los máster me entregaron medallas por ser constante, no solo por nadar”, cuenta y estalla en una risa.

Le cuesta reconocerse como ejemplo para otros adultos mayores, porque ella misma a veces necesita un poco de ánimo. “Encuentro que hay mucha gente que se apabulla por ser grande, yo misma a veces me tengo que dar un poquito de cuerda, porque me voy viniendo abajo, necesito de la otra persona y eso se encuentra mucho en un equipo”, sostiene.

La pandemia le complicó los planes. Entrenaba mínimo tres veces a la semana, incluso llegó a hacerlo de lunes a lunes. Aunque no tuviera competencias ni una rutina de ejercicios previstas, iba a la pileta igual. “Me tiro, estoy dos horas y vuelvo contenta”, asegura. Ahora está triste porque no sabe si podrá volver a nadar, ni siquiera espera competir, porque el freno se nota en el cuerpo. “La edad va mellando todas las posibilidades de seguir en el mismo puesto. Una quisiera mantener el tiempo que hizo antes, pero por más que nades los 50 metros, ves que has usado más segundos y eso te va matando”, cuenta. Por eso, asegura que hay que hacer un trabajo muy profundo de aceptación. “Ver que se van agregando limitaciones es lo más doloroso de la vejez. Aceptarlo es el problema máximo. Entonces, hay que buscar otros objetivos”.

Mientras tanto, cuida su huerta, arregla el jardín y pasea a Tifaz, su perro, para mantenerse en movimiento. Además, todos los días, hace un poco de bicicleta fija con la tele de fondo o algo de música. Hasta tiene una aplicación en el celular para seguir su actividad diaria.

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*Publicada en revista Convivimos. Agosto 2020.