“SOY UNA ARTISTA DEL VIVO”. BELÉN MACKINLAY

Expectante por presentarlo en público, Belén Mackinlay lanzó su tercer disco. El desafío de ser intérprete y la pasión por cantar en el escenario. 

Foto Gentileza Verónica Ruiz 

Belén Mackinlay nació como cantante cuando supo que estaba embarazada de su hija Antonia (12). “Tuve la necesidad de volver a la matriz, a la raíz, y recuperar las canciones de mi infancia, las que me significan el hogar y la familia”, cuenta mientras camina por su casa en Ayacucho, provincia de Buenos Aires. Su carrera artística ya había comenzado en los años 90 en el teatro musical, pero al convertirse en mamá cambió los éxitos de Broadway por el cancionero popular argentino. “Es interesante cómo en la vida, aunque una busque ir para otro lado, termina cerrando el círculo”, dice.

El momento de mayor plenitud como artista lo siente arriba del escenario, cuando está cantando en vivo para la gente. Confiesa que hasta graba discos para poder presentarlos en conciertos. A Encuentro sur, su último trabajo, todavía no pudo tocarlo para el público de la Argentina, pero alcanzó a mostrarlo en una gira por Europa antes de la pandemia. Se trata del tercer disco de su carrera solista; antes editó Huella y Trébol blanco.

Asegura que la música popular se está actualizando con diferentes miradas y que las etiquetas de los géneros van quedando antiguas. “La música es libertad”, sostiene y, en Encuentro sur, lo refleja abordando zambas o tangos desde la óptica de la música de cámara. “El mayor desafío como intérprete es elegir un repertorio que te identifique, canciones que digan cosas que sientas. La obra tiene que transformarte para poder trasformar a otro, tiene que pasarte por el cuerpo. Como intérprete, sos un vehículo nuevo para que esa canción llegue a un lugar distinto”, cuenta. Todavía no se animó a componer, pero su meta es incluir un tema propio en su próximo álbum.

¿Cuando un disco está listo, ¿quema? 

Soy una artista del vivo, es lo que he hecho siempre. Si grabo algo, necesito compartirlo, para que esa música empiece a girar y a unir los corazones de todos los que hicimos el disco con los de la gente que lo recibe. Se genera esa sinergia del ida y vuelta que nutre a todas las partes.

¿Cómo fue pasar de Broadway al folklore? 

En mi casa siempre se escuchó música popular, mi mamá es mendocina y se trajo esa costumbre cuando vino a vivir a Buenos Aires. Entonces, en todas las reuniones después de cenar, ella y mi tío agarraban la guitarra y cantaban música folklórica. Crecí con esas canciones. Luego, cuando me empecé a dedicar a la música, como adolescente me quise despegar y hacer otro género. Me enamoré del musical y me dediqué a full. Después de ser mamá, encaro la etapa como cantante, queriendo resignificar esas canciones de mi infancia, aportándoles algo que tenía que ver conmigo y mi mirada, construida con lo que había cosechado haciendo otros géneros. Decidí abordar esos temas con las herramientas que tenía de haber hecho musicales, de haber cantado jazz o música de películas. Entonces, no fue difícil porque en el musical se cuentan historias, y cuando cantás música popular también, es conectar con la emoción y contar historias.

¿Qué enseñanzas te dejó el musical? 

Una cosa muy importante que aprendí cantando en musicales es el trabajo en equipo. Hoy sos protagonista, mañana te toca ser ensamble, y es algo que no tiene que ver con tu talento, sino con un rol. Cada artista tiene su lugar en la obra para que sea perfecta, porque el trabajo de cada uno hace que se potencie. Así lo hago con mi música, buscando que todos puedan lucirse. Al tocar, no hay alguien que es más protagonista, sino que cada uno tiene su espacio para ser mejor en conjunto. En el escenario hay diálogo, no hay mezquindades.

¿Qué extrañás del teatro musical?

Las rutinas. En la Argentina, con los shows en vivo no tenés esa frecuencia del teatro, cantás cada tanto. Por suerte, yo cantaba mucho en eventos y eso me daba gimnasia, aunque ahora está todo parado por la pandemia. Además, extraño el teatro por el trabajo en grupo, cuando estás preparando una obra, los ensayos, estar inmersa y pensar nada más que en eso.

¿Fusionar el folklore es inevitable? 

Hay que romper los estereotipos y explorar. La clave es ser cien por ciento auténtico. Si cuando te expresás sos fiel a lo que sentís, vale. Lo que no va es el que quiere innovar sin conocer las bases. La música de raíz tiene una riqueza rítmica increíble, hay que conocerla para después desarmarla.

Decís que sos una artista del vivo, ¿qué sentís en el escenario? 

Cuando canto en vivo se detiene el tiempo. Y en simultáneo, estoy en diálogo total con los músicos y con la gente. Es un momento de felicidad absoluta, siento cosquillas en los dedos de la mano, que todo el cuerpo está vivo. Luego, al terminar el concierto, no sé qué pasó. Sé que fue increíble, pero no recuerdo bien, es como si perdiera la noción, es una entrega total. Antes de subir, ¡siento unos nervios totales! Hacer música independiente implica que tengas que estar en todo, sos desde tu peluquera hasta productora, debés estar en cada detalle y, además, ocuparte de cantar. Pero al salir al escenario, me olvido y me doy cuenta de que vale el esfuerzo.

JUGO EN EL CAMPO

“No tomo café, prefiero una gaseosa o jugos”, confiesa. Cuenta que el aislamiento lo cumplió en una casa familiar en Ayacucho donde encontró mayor tranquilidad. “El verde me supertranquiliza, las dimensiones, la gente superrespetuosa. Es mucho más relajado que en Buenos Aires”, comenta. En este tiempo se reconectó con la cocina y convirtió los pancakes americanos y la torta de zanahoria en su especialidad.

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*Publicada en revista Convivimos. Noviembre 20.