“ESCRIBIR ME RESULTA INEVITABLE”. CAMILA SOSA VILLADA

Su primera novela es un éxito literario, pero aclara que no escribe pensando en la repercusión. También actriz y dramaturga, se confiesa una escritora orgullosa de sus errores.  

Fotos: Sebastián Salguero

Romero, romero, que se vaya lo malo, que se venga lo bueno”, invoca Camila Sosa Villada y las palabras se disuelven en el humo del sahúmo. La hierba parece que cumple, porque, en el último tiempo, la escritora y actriz cordobesa ha tenido buenas noticias. Su novela Las malas vendió cerca de 40 mil ejemplares en la Argentina, hay traducciones a seis idiomas y ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz, entre otros reconocimientos. El libro de poesías La novia de Sandro agotó ediciones y va por la cuarta. También trabaja en la adaptación cinematográfica de su otra novela, Tesis de una domesticación, donde será la protagonista.

La casa es chica, pero el glamour es grande. Se mueve holgada en su pequeño departamento, es una diva en su palacio. Corre las cortinas como si fuera un telón y sirve té verde frío. Del otro lado de las ventanas, algunas macetas con plantas se adelantan a la ciudad. Adentro, el teatro brota por las paredes. Un gran cuadro de Billie Holiday, un almohadón con la cara de Frida Kahlo y un cartel que ilumina el nombre Deolinda Correa, hablan de sus obras Llórame un río (2011), Despierta Corazón Dormido/ Frida (2015) y El cabaret de la Difunta Correa (2017). Su primera vez en el escenario fue en 2009 con Carnes tolendas, retrato escénico de una travesti, y en la mayoría de las piezas donde actuó fue la dramaturga.

Hay cajas con Las malas disimuladas entre pesas y mancuernas. Confiesa que por vergüenza jamás regalaría un libro propio y que todos los días y sin excusas, las mañanas son de actividad física. “Tengo el síndrome de la buena alumna. Todo siempre me costó el triple”, cuenta mientras un abanico de mimbre le ofrenda el aire que el calor quita.

Nació en la ciudad de La Falda hace 39 años, creció en Mina Clavero, un pueblo de Traslasierra, y vive en el centro de Córdoba, al que no planea dejar porque asegura que para escribir necesita la ciudad de fondo, la gente y el ruido.

¿Dónde está la inspiración?

La inspiración viene de la memoria, es como un reservorio de imágenes. Escribir no es solo el hecho de estar sentada frente a la computadora, se escribe sin estar escribiendo. Es una manera de mirar el mundo, entonces sucede, acontece, independientemente de la acción. Es como si estuviera escribiéndose en el aire constantemente. Por eso, más allá de los trabajos en concreto, sigo escribiendo, me resulta inevitable. Después, si toma la forma de un libro, es accesorio.

¿Te sorprendió la repercusión de Las malas? 

Cuando lo terminamos, el editor Juan Forn me dijo “Le va a ir bien”. Pero me ha pasado siempre lo mismo, con Carnes tolendas, por ejemplo. Íbamos a estar en cartel dos meses, a la tercera función la sala se llenó y al mes ya teníamos que hacer doble función. En cambio, pensé que me iba a ir bien con El cabaret… y fue de las que menos público tuve.

Por otra parte, el acto de escribir es otro, la publicación es otra cosa, no tiene que ver con la escritura. Por eso soy desapegada a publicar, a si te leen o no, a si te dan premios o no. No escribo pensando en la repercusión. Sí me encanta que me dé dinero.

¿Por qué decís que el premio Sor Juana inaugura la venganza de las travestis? 

Me lo dijo Susy Shock al felicitarme: “Se inaugura la venganza de las travestis y por donde menos se la esperaban”. Siempre pensé que las travestis tienen mucho en común con los negros de Estados Unidos, que dejaron jazzblues, poetas y escritores maravillosos. Me da la sensación de que está sucediendo algo por ese estilo, es una venganza muy dulce. Otras poblaciones eternamente oprimidas han tenido una respuesta violenta. Nosotras no hemos sido así, hemos buscado otras formas de resistir. Además, es una venganza porque siempre hemos estado apartadas de la cultura. Mi caso es particular, porque tuve la suerte de que mis padres me incentivaron a leer. Pero eso en general no sucede. Entonces sí, es una venganza que estemos haciendo cultura, epistemología, recopilando conocimiento y deslumbrando.

¿Es un libro provocador?

Se sienten provocados porque dicen “Cómo puede estar hablando, escribiendo, tendría que estar haciendo otra cosa, parada en una esquina”, “Cómo puede ser que hable de política” o “Cómo puede ser que hable de maternidad”. Esa es la provocación que sienten ellos, yo estoy en otro rollo.

¿Agradeciéndote? 

Sí, me agradezco estar viva, haber tenido la lucidez para escapar de algunas cosas, sortear muchas dificultades. Poder escribir, eso es para agradecerme. También el hecho de no haber transado con absolutamente nada, aunque a veces me significó no tener trabajo o rechazar oportunidades que para otros eran imperdibles. Tener una política de cuidado para conmigo, saber hacerme análisis, ir a un médico, preguntar, estar atenta. Haber ido a terapia cuando necesité ayuda. Esa lucidez es para agradecer.

¿Qué escritora querés ser?

Soy la escritora que quiero ser y quiero escribir como escribo, con mis defectos y errores, así siendo disoluta como soy. No me interesa escribir como lo hace el resto; la particularidad está en ese error que es el de una escritora que está mirando por la mirilla de la puerta, que no tiene permitido entrar, y esa perspectiva me da una lectura del mundo muy diferente al de otras personas. Por más que a esa escritura la auspicie un pasado, un hambre o una voracidad, me gusta conservar este lugar distante que no me permite involucrarme con lo que me parece vulgar, como la familia, la reproducción, la sobreviviente, hay que resistir, luchar por tus sueños, todas esas cosas me parecen groseras, entonces, de lejos, me puedo observar mejor.

Escribías un blog, que luego borraste y ahora algunos de esos textos son el libro La novia de Sandro. ¿Sos de borrar lo que escribís? 

Sí, me gusta borrar, lo más lindo de la corrección es decir “Este desvarío sale”. Cuando hicimos la reedición de La novia… fue mover una palabra, pero que es mover la ficha correcta, y eso en un juego hace que ganes o al menos que sigas jugando. Cuando era pendeja tenía escritas novelas de millones de páginas y, un día, las metí a todas en el calefón a leña. No soy apegada a esas cosas. Me reconozco algunas frases o imágenes bien logradas, pero no soy de defender con uñas y dientes lo que escribo, lo que actúo, lo que canto. Además, una de las artes más importantes que se aprenden, al menos yo siendo travesti, es que hay que saber perder. Saber que se puede perder y que no pasa nada grave, lo único que no se puede perder es la salud y la vida. Estoy acostumbrada al goteo, esa cosa que se va yendo, y no me molesta.

¿Te molesta que te nombren como “la voz de las travestis”?

Sí, me parece fatal, porque no lo soy, no me interesa serlo y es imposible que haya una voz de la comunidad trans, porque es tan diverso el universo de las travestis, hay tantas maneras de ser y concebir el mundo que sería imposible.

¿Como la mirada que insiste con el lugar de la superación?

¡Ay! Porque además es muy peligroso ir con el discurso de superación y resiliencia, decirles a las travas que depende de ellas solamente poder vivir mejor,  de que si se lucha se logran las cosas. Yo no luché por nada de lo que me pasa. Iba a los ensayos de mi primera obra porque la directora María Palacios me pasaba a buscar; y yo, “descolocada”. Iba en el tren porque me gustaba García Lorca y actuar, pero no es que decía “Con esto voy a salir adelante”. Me acuerdo de que una vez mi papá cobró una plata y me dijo “¿Querés que te regale una máquina de coser así tenés una salida?”, “Bueno”, le dije, pero no era ninguna salida, porque cosiendo no me alcanzaba ni para la comida del día.

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*Publicado en revista Convivimos, en Febrero 2021.