Son gemelas y se parecen en todo, hasta eligieron la misma profesión. María y Paula Marull, una dupla consolidada del teatro independiente.
Foto: Alejandro Guyot
Los detalles hacen la diferencia en la vida de las hermanas Marull. Ellas son gemelas y las distingue un pequeño lunar, Paula lo tiene debajo de la nariz; María, no. Si están dirigiendo una obra de teatro, pueden detenerse en la dirección de una mirada o en el pequeño gesto que acompaña una palabra.
Son actrices, dramaturgas y directoras con la misma pasión. Escriben desde la infancia, sin advertir entonces una vocación en esa necesidad de expresarse. Ni siquiera la habían detectado al dejar su Rosario natal e instalarse en Buenos Aires para seguir la carrera de Diseño Industrial, pagando el alquiler como modelos. Luego, se les abrieron las puertas de la televisión y les ofrecieron actuar. Nunca lo habían hecho, y como en todas las etapas valoran los procesos, quisieron formarse. Conocieron el mundo del teatro y se fueron quedando. Y en cada forma de hacerlo, sienten diferente: para las hermanas, actuar es la libertad y el juego, dirigir es descubrir y la escritura es vital. “Es una necesidad de escribir por escribir. De alguna manera, es una voz que nos ha dado la posibilidad de tener un universo paralelo, de observar y anotar, un oxígeno”, cuenta María.
Les encanta trabajar juntas, porque además de confianza, comparten puntos de vista, formas de ser y experiencias de vida. Ambas han actuado en obras de la otra y se han dirigido mutuamente, incluso en textos escritos por alguna de ellas. En Lo que el río trae, su último proyecto, se animaron a hacer las tres partes del proceso creativo a la par. “Es un gran desafío, porque es la primera vez que actuamos las dos. Además de los ensayos, las obras crecen con las funciones, entonces pensamos: ‘¿Qué va a pasar en el estreno? No va a estar la otra ahí, mirando, corrigiendo’. Nos estimula. También nos permitimos zonas de exploración nuevas, con otros recursos estéticos y narrativos”, explica Paula sobre la pieza que aún no se montó en el escenario, pero que se convirtió en un documental a raíz de la pandemia.
El documental formó parte del ciclo “Modo híbrido” del Teatro San Martín, ¿ustedes también lo son?
María: Me siento bastante un modo híbrido en general; en muchos roles de mi vida no soy ni una cosa ni la otra. Siento que todo lo que nos exprese es válido. Está bueno que a veces las circunstancias o las limitaciones te corran del lugar de comodidad, y siempre hay maneras de acercarse a otro lenguaje, utilizando herramientas nuevas. Nosotras hemos trabajado de muchas cosas, después te vas quedando donde te vayas “hallando”, como dicen en Esquina, el pueblo donde vivió nuestro padre.
¿Son exigentes?
Paula: Somos muy autoexigentes. En los detalles está la cosa, no hay con qué darle. Además, somos muy trabajadoras, no le exigimos al otro, sino a nosotras y en cada instancia. Al texto le damos vueltas hasta que con la menor cantidad de palabras cuente lo más posible; nos gusta llegar a lo mejor que podemos lograr. Una vez que ya apareció la obra, es muy lindo pasar a la decoración y en los ensayos seguir ajustando, porque un detalle, como un silencio, puede hacer que una escena funcione o no. Siempre disfrutando, porque para eso lo hacemos.
“ESCRIBIMOS LAS OBRAS PARA QUE RESPONDAN LAS PREGUNTAS DE LAS QUE NO SABEMOS LA RESPUESTA”.
PAULA MARULL
M: Somos exigentes con el material, lo trabajamos lo que haga falta para que sea lo mejor posible. Es descubrir la mejor versión de esa obra.
¿Podrían pasar siete horas pescando como en la obra o son ansiosas?
M: No estaríamos llegando. Se nos ve tranquilas, pero la verdad es que somos ansiosas. En nuestro caso, no se traduce hacia afuera, pero sí en pensar “¿Estará bien?”, “¿Estará mal?”, “¿Cómo hacemos con esto?”. Somos más aceleradas mentalmente, que tiene que ver con esto de la autoexigencia. A veces nos damos manija entre nosotras.
P: También tiene que ver con la realidad actual, cada vez se pretende más de las personas, en todas las áreas hay mucha exigencia y la sensación de que no alcanza el día. Hoy, que estás todo el tiempo conectado, se vive desconectado de lo importante, en una carrera que no se sabe a dónde va. Hay ansiedad en toda la sociedad, es un esfuerzo el ejercicio de parar un poco.
El tiempo aparece en “El río que trae”. ¿Es una preocupación para ustedes?
P: Cuando empezamos a escribirla, estábamos pensando en el tiempo, sentíamos que se nos iba y no entendíamos en qué. Algo de esta vorágine en la que vivimos. Nos preguntábamos cómo aprehender o agarrar el tiempo, ¿hay que disfrutar más, hacer menos? Después llegó la pandemia y también nos hizo reflexionar, porque de alguna manera el tiempo se detuvo. Y Esquina –donde transcurre la historia– es un lugar donde para nosotras el tiempo se detiene en el buen sentido, vas cuatros días y todos tuvieron 24 horas. No nos preocupa el paso del tiempo por el miedo a envejecer, sino cómo hacer para estar más en el presente, que el tiempo no sea algo que te arrasó y no te diste cuenta, cómo hacer para que se detenga. Estábamos ocupadas en respondernos esas preguntas cuando surgió la invitación del Teatro San Martín, por eso el tema quedó en primer plano. Es que escribimos las obras para que respondan las preguntas de las que no sabemos la respuesta.
¿La creatividad es como un río?
M: Por un lado, sí, porque se podría pensar que es algo que pasa, una energía de la naturaleza que está para cualquier ser humano. Y por otro, no depende tanto de eso que pasa, sino que hay que trabajar en un bote para que el río te lleve un poco, saber cuándo remar y cuándo dejarte llevar. Hay que ayudar a que la creatividad venga, ahí aparece el río, pero muchas veces está debajo de la tierra.
Publicada en revista Convivimos. Julio 2021.