“CUANDO TERMINÁS UN LIBRO NO SOS LA MISMA PERSONA”. EDUARDO SACHERI

Eduardo Sacheri es un escritor que parece vivir en la frontera que separa la realidad de la ficción. Desde allí observa y cuenta. En esta entrevista, habla de su última novela, de la vida y del fútbol.

Fotos Alejandra López

Sacheri teme que el fútbol lo abandone. Así como el físico le puede impedir otro sábado en la cancha, siente que literariamente también puede sucederle, y quiso asegurarse la que quizá sea su última novela sobre el tema. En El funcionamiento general del mundo muestra su agradecimiento con la pelota, por permitirle ganar el partido impensado de convertirse en escritor.

En sus ficciones cualquier parecido con la realidad es buscado, porque escribe sobre lo conocido, sus recuerdos y los afectos, por eso, el fútbol aparece entre sus páginas. También le interesa la historia, es licenciado y profesor. Sigue dando clases en una escuela secundaria, y el pasado reciente del país es el contexto de toda su obra. “La historia no son las personas en el pasado, sino en el tiempo. Me gusta pensarnos sobre el horizonte del tiempo, lo que tenemos atrás y adelante”, le comenta a Convivimos por videollamada. Así, su último libro es un ida y vuelta entre la actualidad y el retorno de la democracia, Lo mucho que te amé (2019) se ubica en las décadas del 50 y 60, y La noche de la usina (2016) transcurre en la crisis del 2001.

Su primera novela, La pregunta de sus ojos (2005), fue llevada al cine por Juan José Campanella como El secreto de sus ojos y ganó el premio Óscar a la Mejor Película Extranjera en 2010. También se adaptaron al cine Papeles en el viento (2011) y La noche de la usina –como La odisea de los giles–. Aráoz y la verdad (2008), por su parte, tuvo su versión teatral. Además de agregar “guionista” a su lista de profesiones, en total editó siete novelas y nueve compilaciones de cuentos. “Me van a tener que disculpar”, el relato que le dedicó a Diego Maradona, fue su primer gol literario a finales del 96.

Dice que, al igual que el fútbol, la literatura es un juego tanto para quien escribe como para quien lee, pues el mundo exterior desaparece mientras exista el universo imaginario de esa historia.

Llevás la mitad de tu vida escribiendo, ¿cuál fue el partido más difícil y cuál el soñado?

El partido soñado es la existencia de una carrera literaria. Es algo que ni siquiera soñé. Cuando empecé Historia en la universidad, me proponía labrar una carrera en ese mundo, ni se me pasaba por la cabeza ser un escritor de ficción. Ni siquiera pensaba escribir, menos publicar y mucho menos vivir de esto, que se convierta en mi profesión. Y el difícil, cualquiera de los que juega Independiente, últimamente.

En el funcionamiento general del mundo aparece la paternidad, ¿tenías ganas de hablar sobre el tema?

Si bien la paternidad tiene un lugar muy importante en mi vida y lo tuvo siempre, en este caso la interrogación está abierta más al futuro que al pasado. La pregunta es cómo ser buen padre, y a medida que tus hijos crecen, aumentan las dudas, porque se vuelve más compleja la necesidad que tienen los hijos de sus padres. La novela está más abierta a pensar qué hago bien y qué hago mal yo como papá, que aquellas viejas cuestiones vinculadas al mío y la pérdida de su presencia.

En la novela, el hijo del protagonista le pregunta si era mal perdedor, ¿sabés perder?

Creo que sí, y en buena medida me lo enseñó el fútbol. Cuando jugás seguido a algo, por la simple dinámica del juego, perdés con frecuencia. Lo normal es odiar perder, que te pese, te entristezca, te enfurezca. Pero el gran aprendizaje es no agarrártelas con los demás y predisponerte rápidamente a volver a jugar. Tiene que ver con el duelo, ¿qué es hacer un buen duelo más que aceptar tu derrota? Incluso la de perder a un ser querido. Quiero pensar que a lo largo de la vida he aprendido a perder.

¿Qué te interesa del tipo común como protagonista?

Está relacionado con que me puse a escribir como una manera de indagar en mi propia vida, para entenderla mejor, y mi vida es normal, poblada de personas comunes. Entonces, las historias que se me ocurren son cotidianas, porque nacen de un horizonte de mis inquietudes que no están más allá. No significa que como lector no pueda disfrutar de una novela de espías, pero no se me va a ocurrir nunca escribir una por esto de que mis disparadores están acá a la vuelta.

¿Mueren los personajes?

Me suele pasar que los extraño. No porque los haya creado, sino porque pasás mucho tiempo con esa gente. Así como cuando te gusta un libro te genera un duelo cerrar la última página, porque fue un vínculo de unos días, lo que te llevó leerlo. A mí escribir me lleva un año y medio o dos, es mucho tiempo para tejer ese vínculo, después me cuesta abandonarlo. La única manera de lograrlo realmente es cuando empieza a aparecer en tu cabeza lo que sigue para adelante.

UN PROFE DIABLO

Sacheri vive en Castelar, la misma ciudad donde nació en 1967, en el conurbano bonaerense. Se siente cómodo entre casas bajas y vecinos que saludan. Los lunes se levanta temprano para dar sus clases de Historia a primera hora, pero las siestas no las negocia. Sigue a Independiente con pasión y dedica muchas horas a su otro amor, la lectura. Para poder leer en cualquier circunstancia, sumó el formato digital a sus opciones, pero el libro de papel es su favorito y señala su biblioteca como prueba. Entre los ejemplares de sus títulos preferidos, en uno de los estantes sobresale un escudo del CAI (Club Atlético Independiente).

El día de la entrevista hay partido de la selección argentina, y lo verá por televisión como el resto de los argentinos. Cuenta que para el fútbol tiene sus cábalas, como ponerse la misma camiseta o sentarse en el mismo sillón, “hasta que perdés, que pasa siempre, entonces cambiás de ritual”, se ríe. En cambio, si se trata de competencias literarias, prefiere no ayudar a la suerte y confiesa que para algún concurso usó el nombre del ídolo máximo de los “diablos”, Ricardo Enrique Bochini, como seudónimo.

¿Un recuerdo lejano con Independiente?

La Copa Libertadores de los años 60, cuando mi papá me ponía frente al televisor blanco y negro, y me enseñaba a mirar fútbol y a querer al “Rojo”. Lo más lejano y lo más feliz.

¿Qué tipo de cariño le tenés al “Rojo”?

Es un cariño apasionado, suelo resistirme a la palabra “fanático”, porque es una palabra que tiendo a deplorar en cualquier esfera de la vida. El fanatismo no es sinónimo de apasionamiento, es un peldaño más allá, y lo considero peligroso, no solo con el fútbol, pero también con el fútbol. En las regiones del fanatismo uno deja de ser una persona racional y de domesticar sus impulsos. Hasta en los amores personales son necesarios los límites y los cuidados, no cualquier cosa es legítima, tampoco por un equipo de fútbol.

Decís que el fútbol te da la posibilidad de la redención. ¿La literatura también?

Toda narrativa, en tanto es un mundo que se vuelve a desplegar frente a vos y que te lo podés apropiar cuando lo leés, es una nueva oportunidad. Una de las maravillas de la literatura es que hay un montón de universos disponibles a tus manos y tus ojos, y tu vida se multiplica en cada una de esas historias que te dejás contar. Mientras leés, sentís que eso existe y está vivo; cuando terminás, si el libro te gustó o te impactó, no sos exactamente la misma persona que cuando arrancaste. Encima, como hay un millón de libros para leer, a diferencia de la propia vida que la vas construyendo lentamente y donde no hay rebobinado y arreglo, con el próximo libro siempre tenés una nueva oportunidad.

¿Por qué preferiste seguir dando clases en el secundario y no en la universidad?

Me parece más importante enseñar historia en la adolescencia, porque los universitarios ya tienen más herramientas como para buscarse el camino del conocimiento de manera más autónoma, hasta cierto punto. Al mismo tiempo, siento que hay un montón de chicos que no van a llegar a la universidad, y si lo hacen, no todos tendrán contacto con la historia. El impacto de lo que uno enseña es mayor en el secundario; es más exigente en otros aspectos, porque educar adolescentes tiene complejidades específicas, pero es más provechoso para ellos.

Como profe esperás que tus alumnos sepan más de historia; como escritor, ¿qué esperás de un libro?

En el mejor de los casos, que quien lea una novela mía logre conectarse con su propia profundidad, que con la excusa de leer una historia que otro le está contando se pueda conectar con cosas profundas, sacarlas afuera, oxigenarlas un poquito. Si eso pasa, por mi lado estoy feliz.

¿Te gustaría más que te recuerden como un buen profesor o como escritor?

Si tengo que elegir, no sé si como buen escritor. Las dos cosas me gustan mucho, pero me resulta muy conmovedor cuando alguien te dice “No me gustaba leer y leí un libro tuyo, y arranqué”. Me gusta sentirme el primer empujón en un camino hacia el mundo de los libros, es un piropo que disfruto cuando lo recibo.

Y como escritor, ¿qué jugador serías en la cancha? 

Un defensor con despliegue. Alguien más dotado de método y constancia que de talento y brillantez.

PING-PONG

Jugando con el nombre de su nuevo podcast y los títulos de algunas de sus novelas:

Cómo derribar un imperio. ¿Qué hay que derribar de este imperio?: Los fanatismos.

El funcionamiento general del mundo. ¿Qué lo hace funcionar?: El deseo.

Aráoz y la verdad. ¿Una verdad?: Independiente es muy grande.

La pregunta de tus ojos. ¿Una pregunta recurrente?: ¿Qué sentido tiene la vida?

La noche de la usina. ¿Una noche de hazaña?: Cuando dimos la vuelta en el Maracaná, contra Flamengo, en 2017.

Papeles en el viento. ¿Qué es un amigo?: La familia que elegís.

Lo mucho que te amé. ¿Un amor?: Mi mujer y mis hijos.

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*Publicado en revista Convivimos. Agosto 2021.