Es la única mujer dirigiendo ópera en el país y confiesa que realiza obras donde tiene algo que decir. En su última puesta, Dido y Eneas, encara cuestiones de género y las mujeres en los roles de poder.
Foto: Laura Ortego
Dios escribe derecho sobre renglones torcidos”, le decía su abuela cuando era chica, y Silvana D’Onofrio la comprendió más tarde, cuando una lesión en la mano la puso nuevamente en la senda de su vocación, la de dirigir orquestas.
Con discos de Mariano Mores y una guitarra, Silvana fue descubriendo el mundo de la música desde la infancia. Al terminar el secundario, vio al maestro italiano Ricardo Muti dirigir en un concierto y supo que eso era lo suyo. “Entré al Conservatorio Manuel de Falla con la idea de ser directora, pero mi profesora de piano me convenció de que tenía dotes para el instrumento. Lesionada, dejé de tocar y me dije ‘Tengo que poder hacer algo con la música’ más allá de ser pianista, y ahí volvió la idea original. Era mi destino”, recuerda la única mujer dirigiendo ópera en la Argentina.
Asegura que en el país es un género difícil de realizar, porque no hay apoyos específicos: “De teatro te dicen que sos de música, y viceversa, quedamos en un limbo”, comenta con la certeza de que la pandemia dejó a las compañías independientes en una situación muy compleja. Ella tiene la propia, Música en Escena, con la cual a fines del año pasado empezó a montar Dido y Eneas, aun con incertidumbres sobre la posibilidad de presentarla en vivo. “Teníamos la necesidad de encontrarnos a hacer música. Era tan así que los cantantes ensayaban con el barbijo puesto y no se quejaron jamás”, cuenta mientras espera las nuevas fechas para esta adaptación de Purcell, graba la versión para plataformas digitales y prepara una nueva obra.
¿Qué te gusta de dirigir?
Por una parte, me gusta mucho el proceso creativo desde que empezás a juntarte con los cantantes para pasar las partes al piano. La orquesta llega a último momento. El ensayo es prueba y error, todo lo que se te ocurra lo podés probar, eso es una maravilla. Por la otra, el estudio de una ópera es mucho más que la música, es entender procesos sociales y culturales. En Dido y Eneas fue comprender el rol de una mujer en un contexto muy hostil y que ya en 1600 daba vueltas esta idea de que el género no es blanco o negro, como se planteó desde el romanticismo en adelante. Por ejemplo, hay unos personajes que son brujas, pero con voces de tenores y bajos. Los procesos históricos ciclan ideas y las instauran como lo que debe ser. No dejo de asombrarme por lo que podés aprender estudiando una partitura, es fantástico.
¿Cómo sos como directora?
Creo en la cordialidad para trabajar, no podría hacerlo en un ámbito poco amable. Soy muy organizada, muy ordenada, me gusta probar cosas, no me da miedo cambiar, y eso también tiene una evolución. Hasta hace algunos años pedía cosas y si veía que la persona no podía, trataba de amoldarme y negociar, luego comprendí que si tenía una visión y quería eso, había que insistir para conseguirlo. Siempre amable, pero si quiero llegar a un determinado lugar, tenemos que llegar y llegamos.
Dirigiste Dido y Eneas para recibirte, ¿qué cambió en vos desde aquella vez hace 20 años y ahora en esta nueva puesta?
Si miro en retrospectiva, tengo la sensación de que no entendía nada; igual fue una muy buena versión para una estudiante. Ahora mi mirada es más profunda y no hago una obra si no tengo algo para decir con ella. Necesito tener algo que contar de lo que nos pasa, en general me resulta más atractiva la cuestión femenina. Es cualitativo el cambio, más allá de la cuestión técnica que por supuesto mejoró, porque con los años una va aprendiendo y estudiando.
¿Te gustaría crear tu ópera?
No, no soy compositora. Estoy entrenada para decodificar lo que escriben otros.
Dido y Eneas habla de las mujeres en el poder, y vos sos la única en la Argentina dirigiendo ópera. ¿Qué pensás al respecto?
Es todo un tema. Cuando me recibí, entendí que no tendría un lugar en los organismos oficiales, porque las mujeres no lo tenemos más que como directoras invitadas. Es un lugar de hombres y todavía no se perfila que esas instituciones se abran. Yo soy muy cabeza dura, y me dije “Eso a mí no me importa, voy a armar mi propia compañía y dirigir las cosas que tenga ganas”. En general, cuando termina una función, una dama invita al escenario al director, y yo les pedí: “No me vengan a buscar, muchachos, porque yo hasta acá llegué sola, entonces tengo ganas de subir sola, no de que un hombre me dé la mano, porque ninguno me la dio para llegar hasta acá”.
¿Qué relación tiene el público con la ópera?
En la Argentina sigue siendo un espectáculo de elite, no es que la gente va a la ópera como al cine. Las compañías independientes hacemos mucho para acercar a la gente, por ejemplo con localidades más accesibles. En Italia la gente tiene la misma pasión por el fútbol que por la ópera, sería maravilloso que sucediera, pero estamos lejos de eso. Hay que trabajar para ampliar el público.
CAFÉ Y HORA LIBRE
Nacida en Liniers, Buenos Aires, en 1969. Además de profesora artística de Piano y Dirección de Orquesta, es docente en el Colegio Nacional de Buenos Aires de primero a tercer año, cursos en los que hay clases de música. “Extraño tomar el café en el bar del frente del colegio y compartir con mis compañeros la hora libre, charlar de música, eso fue duro durante la cuarentena”, rememora, y confiesa que su preferido es el café con leche.
*Publicada en revista Convivimos. Noviembe 2021.