No le importa el formato, pero sí contar historias que reflejen los problemas de la realidad. Especializada en periodismo internacional, está trabajando en su próximo libro.
Foto: Laura Ortego
Tengo casi una obsesión con el destierro, porque lo entiendo como uno de los grandes dramas actuales”, resume Carolina Amoroso su motivación por cubrir hechos complejos de la actualidad. Así, ni bien Rusia invadió Ucrania, la periodista de TN insistió al canal para estar presente en el conflicto. Recientemente, se adentró en una de las selvas más peligrosas del mundo para reportear la realidad de quienes cruzan el Darién en la frontera entre Panamá y Colombia.
“El drama de los desplazados forzados está creciendo, y en el caso del tapón de Darién es el secreto mejor guardado de la región, es quizá nuestro Mediterráneo, una selva que traga personas y sus sueños de libertad. Por eso, tenemos que hacer un periodismo que se acerque a esos territorios de nadie, porque es allí donde se expone ese cúmulo de injusticias que son constitutivas de nuestra América Latina”, asegura.
El periodismo no fue una vocación temprana para Carolina. Quería ser crítica de arte y, mientras cursaba la carrera, un profesor le vio talento para los medios de comunicación y la recomendó. Empezó como productora de televisión en Canal (á), se entusiasmó y comenzó una maestría en Periodismo que le abrió las puertas de la redacción de La Nación. A partir de allí, su carrera fue en ascenso. Actualmente, es conductora en TN y en los programas de radio Día de tregua, en Radio Con Vos, y 3 hemisferios, en Rivadavia. Además escribió el libro Llorarás. Historias del éxodo venezolano y está trabajando en un segundo título, Hackear la Argentina.
Cuenta que su historia familiar es la semilla de su interés por el periodismo internacional. Por el trabajo de sus padres vivió en Venezuela y en Ecuador, luego cuando ella estaba en la universidad en la Argentina, sus papás vivieron en Brasil y en México. En Reinosa, un pueblo mexicano en el límite con los Estados Unidos, sintió por primera vez la necesidad de “recorrer esos territorios de nadie” y convertirlos en noticias.
¿Cómo se mantiene el profesionalismo en estas coberturas?
El periodismo se hace con el corazón abierto, permeable. Entonces, en un momento, te atraviesa y sentís que te abruma tanto dolor. A la vez, estás trabajando con una materia prima tan delicada como el dolor del otro, quien tiene una gran generosidad al contártelo. Eso genera un enorme sentido de responsabilidad, cierto reparo y exigencia de no traicionar el voto de confianza. En medio de toda esa emoción que te toma y ese puente de empatía, hay momentos en los que te quebrás y hasta perdés las ganas de creer en el mundo ante tanta crueldad. Sin embargo, después sobrevienen el deber y el compromiso por esas personas que te están contando su vida para que seas un vehículo de denuncia. Tengo la convicción de que el periodismo es una herramienta de transformación, esa creencia es mi tablita en el océano.
¿Crece la obsesión con las coberturas?
Sí, porque hay mucho por hacer, hay personas arrojándose a infiernos por desconocimiento, entonces existe la necesidad de comunicar los riesgos y pedirles que no lo hagan. Aunque cubra distintos temas, siento que tengo más de mi oficio para dar, teniendo claro que mi objetivo es hacer un periodismo esencialmente humanitario.
No importa el formato, sí estar en la calle.
Para mí, sí, sobre todo escuchar a las voces protagónicas. Actualmente hay mucho periodismo de opinión, pero yo soy una enamorada de la territorialidad. Me gustan las crónicas, las historias como formas de contar grandes realidades. Hay gente con lecturas políticas muy profundas, ese no es mi fuerte, yo puedo aportar más desde el encuentro con el otro. Amo este oficio que se puede ejercer en las distintas plataformas, pero con los mismos fundamentos.
Descubriste el periodismo, te quedaste y creciste, ¿por qué creés que se dio?
No ponderar el factor suerte en la carrera profesional sería subestimarlo. Hay algo de estar en el lugar y la circunstancia determinada, pero lo que sí, me maté trabajando desde que empecé, siempre a disposición para poner mi capacidad y fuerza de trabajo. Por supuesto que después están las oportunidades que muchas veces me han encontrado, y trabajando.
¿Por qué te enamoraste del oficio?
Es más que enamoramiento, porque el periodismo me transformó, me hizo sentir que podía ser parte pequeña de algo que importaba, pero no por el brillo de la profesión, importaba porque por ahí le modificaba la realidad a alguien, o al menos hacía que se sintiera visible, que supiera que su herida importa.
¿Te imaginás viviendo en otro país?
No lo descarto, forma parte de mi identidad pensar si hay una vida posible en otro lado. Creo que hay un mundo esperándonos, que es más grande de lo que vemos por la ventana de casa, y hay que ir a su encuentro. Pero, por ahora, acá estoy bien. Sí es un deseo seguir haciendo periodismo internacional. Veremos por dónde me lleva la vida, confío en ese camino que se hace al andar y no de manera planificada.
CAFÉ CON MUNDO
“Amo el café, es uno de los combustibles de mi alma. Lo tomo con leche y estoy siempre de humor para uno”, confiesa con una gran sonrisa. El colombiano es el que más le gusta.
De los diferentes países en los que vivió se llevó un aprendizaje: “De Venezuela, que la esperanza es un imperativo moral, que la prepotencia de vida es una elección. Y en Ecuador aprendí sobre la interculturalidad, sobre lo que es abrir las puertas. En ninguno de los dos me sentí extranjera”.
*Publicado en Revista Convivimos. Septiembre 2023.