“HE ROTO MUCHAS ESTRUCTURAS EN LA MÚSICA CLÁSICA”. HORACIO LAVANDERA

Es uno de los mejores pianistas del mundo, con una carrera destacada por su virtuosismo y su dedicación. Embajador de la música clásica, habla de sus misterios y de las emociones que provoca. 

Fotos: Sebastián Salguero

Cuando era un niño, antes de demostrarle al mundo su talento, Horacio Lavandera veía el futuro. En su interior, ya sabía que la música sería su oficio y se imaginaba en acción jugando a que las sillas de su casa eran una orquesta bajo su dirección.

Viene de una familia de músicos, con el antecedente más lejano en su tatarabuelo, quien era director de orquesta en España. Su padre, baterista, fue el que le abrió las puertas musicales, y luego una tía abuela –Martia Freigido– se convirtió en su primera maestra de piano. La observaba tocar con tanto entusiasmo y disfrute que quería sentirse así también. “Además, me despertaba una gran curiosidad, sobre todo ver un instrumento tan complejo, con tantos elementos, quería ahondar al máximo en eso que tenía un sonido tan bello”, le cuenta a Convivimos.

Enfocado en su carrera, decidió no cursar la escuela secundaria y aferrarse a su maestro Antonio De Raco para juntos ir puliendo un estilo único. Los reconocimientos llegaron enseguida: con apenas 16 años ganó el III Concurso Internacional de Piano Umberto Micheli (Teatro alla Scala de Milán) y fue premiado por la Filarmónica della Scala como “Mejor Intérprete de Piano y Orquesta”. “Los jurados eran los pianistas que más admiro, los grandes pensadores del piano del siglo XX”, recuerda con orgullo.

Hoy, con 38 años, es un pianista exquisito y consagrado, que interpreta a los grandes compositores de la música clásica, compone sus propias obras y dirige orquestas desde su taburete. Le dicen “el Messi del piano” y, como el futbolista, Horacio tiene el mundo rendido… a sus manos.

¿Cuáles fueron los momentos más importantes de tu carrera? 

Cuando llegó el piano a casa, encontrarme de repente todos los días con el instrumento fue el momento más bello. El sentirme acompañado por mi familia fue fundamental. Los logros no hubieran sido posibles sin todo ese cariño. Luego, encontrarme a los 12 años con el maestro Antonio De Raco fue hermoso. Me dio una preparación y un apoyo muy importantes; en ese momento no fui a ninguna institución. Pude dedicarme solo a mis tiempos, dentro de mi búsqueda y mi intuición con un maestro que me iba formando de acuerdo con mis inquietudes. Unos años más tarde, con 16, realicé cursos de perfeccionamiento en algunas de las más importantes instituciones de Europa, como la Accademia Musicale Chigiana di Siena, Festival de Luzern, Stockhausen Courses o la Universidad de Alcalá de Henares. Después de ganar en el Teatro alla Scala de Milán, sentí que llegaba a un gran clímax, entonces decidí radicarme en Europa y empezar a estudiar composición y dirección orquestal, para seguir ahondando en dos actividades que, junto a ser concertista de piano, me tienen ocupado hasta el día de hoy.

Fuiste el primer pianista de música clásica en abrir el Festival de Folklore de Cosquín, ¿es difícil generar rupturas en la música clásica? 

Es dificilísimo. Nada de lo que te puedan enseñar está ligado a tocar en Cosquín. Es también uno de mis grandes hitos. He roto muchas estructuras: haber creado el ciclo “Noches de música y ciencia”, porque me interesa mucho la aplicación de la ciencia a la música y viceversa; haber tocado con Ciro y Los Persas en el Luna Park. Sin dudas, lo de Cosquín fue uno de los días más impresionantes de mi vida. Por primera vez, me encontré con un público de mi país que sentí que entendía a la perfección la música que estaba tocando, no había distancia. En la Argentina, la música clásica no se vive con la misma intensidad que la música popular. En Cosquín aprecié una de las conexiones más grandes que hay entre público y arte, similar a la que percibo cuando toco en Alemania una sonata de Beethoven.

¿Es grande la distancia entre la música clásica y la música popular? 

Sí, hay una distancia enorme. La profundidad de la música clásica no está en el día a día de las personas, que están invadidas por la velocidad de la televisión, las redes sociales, que nada tienen que ver con los aspectos más enriquecedores de la música clásica. Por lo tanto, para llevarse una emoción de un concierto, el público requiere mucha intuición y sensibilidad. Los artistas podemos generar algún tipo de puente. Lo que estoy haciendo actualmente en la Argentina es presentar las obras por interpretar, tratando de contar todas las historias que puedan servir para encauzar al público dentro de la estética y las emociones de los compositores al crear una obra. Pero la realidad es que hay muchas emociones de la música clásica que no están vivas en la cotidianeidad de las personas, se requiere un esfuerzo muy grande de introspección.

¿Qué emociones hay en la música clásica?

Todas las que pueda tener el ser humano. Lógicamente, someterte a una presión enorme de emociones puede ser una introspección muy grande a la que no todas las personas quieren tener acceso. Estar frente a las grandes sinfonías de Beethoven o las óperas de Wagner, por ejemplo, implica un esfuerzo.

¿Hay un secreto para interpretar las grandes obras? 

Está lleno de secretos el trabajo, es volver a los misterios de la propia creación, eso que sigue siendo un misterio y ni con toda la ciencia del mundo vas a poder llegar. Se puede intentar hacer teoremas, axiomas, pero hay misterios que no tienen otra solución que pensar que es un misterio o un secreto.

¿Siempre hay algo por descubrir?

Por supuesto. Las obras que son inmortales son realmente inmortales. Es impresionante la información que tienen y la cantidad de tiempo que llevó hacerlas. Hace poco toqué el final de la novena sinfonía de Beethoven: la compuso desde los 16 años hasta que la presentó a los 53, le llevó toda esa vida crear lo que se escuchó esa noche. Cuando se trata de un trabajo duro, de mucho tiempo, es obvio que no buscaban hacer algo que sea efímero, puede ser efímera la ejecución, pero lo que ya está plasmado como información en el papel, sus contrapuntos, las voces que vas descubriendo, eso no tiene fin. Es un privilegio enorme encontrarme con esta música cada día de mi vida. Agradezco mucho a mi padre –que falleció en pandemia– el haberme vinculado con el arte y lo más poderoso que tiene que es esto, que es infinito.

¿Sos muy exigente o perfeccionista?

Creo que sí, vengo de una familia de músicos extremadamente exigentes. Tengo toda la exigencia y ansiedad típica de mi familia, pero trato de cuidarme, tener tiempo de relajación, porque si no, me puedo hacer mucho daño. No hay una sola manera de entender qué significa la perfección. Mi compromiso está en poder llevar la obra con la mayor emoción posible, que esté todo el mensaje y la fuerza del compositor, no sé si eso se considera perfección, si es eso, sí, trataré de llevarlo con toda esa potencia. Hay muchas maneras de ir encontrando que eso funcione cada vez mejor y dinámicas para que la obra empiece a crecer dentro del cuerpo, del cerebro. Hay ocasiones en la vida donde te sentís parte, que toda esa luz está dentro de vos, y es de los mejores momentos. Eso me pasó en un concierto en Bonn, Alemania, toda mi alma y mi cerebro estaban conectados con el instrumento, pero son contadas las veces que suceden cosas así, pero realmente sentís que hay una conexión total entre cuerpo, cerebro, instrumento, el instrumento era perfecto, la sala acústica… ¿Eso es perfecto? Puede ser. Después de ese concierto estuve pensando una semana si aún valía la pena que siguiera tocando el piano tras una experiencia así. Y sí, vale la pena, porque hay que continuar, buscar nuevas emociones, repertorios, estímulos. En esos momentos que sale toda la luz, estás frente a algo muy maravilloso de la creación.

¿Tocás todos los días? ¿Siempre la misma rutina? 

Sí, claro. Pero mi rutina es no tener rutina. Estoy investigando sobre los procesos neurocientíficos, y uno de los mejores consejos es que el cerebro se esté renovando permanentemente, darle actividades muy aleatorias. Me interesa esta manera de pensar, entonces trato de mantener mi mente y cerebro dentro de marcos temporales muy específicos que no tienen que ver con lo que vaya a hacer de un día para el otro. Sí tener una regularidad en el descanso, ocho horas de sueño, es importantísimo, no solo para tocar mejor, sino para una vida saludable.

¿Es la carrera que imaginabas?

La vida tal como la imaginaba de pequeño resultó ser.

COSA DE PIANOS

Su primer piano fue un préstamo de una tía que vivía en Rosario. Logró trasladarlo porque la familia de un amigo de la escuela (del que aún hoy es un gran amigo) tenía una empresa de mudanzas. Luego su abuelo, “con muchísimo esfuerzo” y cuando Horacio tenía 13 años, le regaló el piano que aún conserva. “Pienso en él todos los días cuando me pongo a estudiar, en todo el esfuerzo que hizo en su vida, todo eso está presente en mi pensamiento”, confiesa emocionado, porque también falleció en 2020.

Habiendo recorrido el mundo, asegura que los mejores pianos se encuentran en Múnich, al sur de Alemania: “Los Steinway son los mejores con los que toqué en mi vida”.

LAVANDERA 1

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LAVANDERA 2

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*Publicada en revista Convivimos. Mayo 2023.