La renombrada escritora sorprende con una nueva novela donde relata el horror de la conquista de América e insiste con la importancia de mostrar otras miradas sobre el mundo. Una voz irreverente en la literatura argentina.
Foto: Alejandra López
Luego de descubrir en la lectura la posibilidad de vivir otras vidas y aventurarse a mundos desconocidos, siendo una niña Gabriela Cabezón Cámara les robaba dinero a sus padres para ir a comprar libros. No podía evitarlo. Es que en su casa no había ninguno. Ahora de grande conserva aquel impulso de querer tenerlos todos, por eso esquiva pasar por el frente de una librería para no caer en la tentación.
Así nació esta escritora que hoy se consolida como una de las más interesantes de los últimos tiempos: fue traducida a más de doce idiomas, logró elogios en todo el mundo y recibió nominaciones a premios importantes, como el Booker Prize International, del que fue finalista.
“Siempre quise ser escritora, ahora puedo serlo”, confiesa la autora del gran éxito literario Las aventuras de la China Iron. Antes de publicar su primer libro, La virgen cabeza, en 2009, se dedicó a vender seguros en la calle y disyuntores automáticos puerta a puerta, entre otros trabajos. “Todas cosas que no me gustaban, pero tenía que sobrevivir”, cuenta.
Acaba de sumar su quinto libro, Las niñas del naranjel. En esta nueva novela recupera la vida de Catalina de Erauso, más conocida como la “monja Alférez”, una monja española que, travestida de varón, se sumó a la conquista de América, y muestra la crueldad de aquellos tiempos para revisar la historia. Fue a través de una pintura que llegó a ella y, a partir de allí, surgió la inspiración.
¿Qué te pone contenta de la novela?
Fue un libro que me costó muchísimo. Así que estoy muy contenta de que en algún momento me haya cerrado y ya sea algo que está fuera de mí. Me costó encontrar el tono, las voces, las perspectivas, los personajes. El único personaje que tenía claro para empezar era el de Antonio, y todo lo demás fue apareciendo.
¿Por qué te interesó este personaje?
Tiene varias cuestiones. La época colonial me interesa mucho, porque se da como algo terminado y para mí seguimos viviendo en una colonia, lamentablemente. Además, es un modelo extractivista de materias primas, que supone el sacrificio de muchas comunidades del país, a las cuales les quitan el derecho de vivir como lo han hecho hace miles de años, las desplazan, las condenan a la pobreza, y si se levantan no tienen problema de pegarles un par de tiros. Hablo ahora de las comunidades originarias como un genocidio que no termina nunca. Entonces, me interesaba pensar en esa época que se da por cerrada y no lo está para nada. También porque es un personaje complejo, es siniestro, es un conquistador y, a la vez, es una persona que logró vivir como se le dio la gana, como pudo también, pero como quiso en un momento en el que a priori no es mucho más difícil que ahora. Es un personaje muy interesante más allá de que tenga aspectos espeluznantes.
Hay varios registros coexistiendo en la novela, ¿fue una búsqueda?
Sí. En principio porque estoy cada vez más convencida de que no hay un mundo, sino muchos, que la cuestión de las perspectivas es fundamental. Nos hemos comido un universal que no existe. Hay múltiples maneras de ver el mundo y muchas maneras de vivir, tratar de representar eso en la literatura es muy difícil. Y la cuestión de las voces es una manera de que sean bien distintas y el texto tenga unidad aun en una cosa muy diversa.
¿Por qué plantear otras perspectivas?
Son mis intereses e inquietudes, y es un desafío a la hora de escribir. Escribir es lo que hago, lo único que quise hacer, llevé a cabo un montón de cosas que no quería, pero esto justo quiero; y todo lo que plantea desafíos es apasionante. Y, por otro lado, es lo que me interpela ahora, tratar de explorar qué es esto del multiperspectivismo, de pensar de otra manera, de no creer el universal que, por otra parte, no nos incluye.
Empezaste a publicar de grande, ¿por qué?
No llegaba a terminar lo que empezaba. Estuve muchos años ocupada en sobrevivir, los primeros años de mi juventud fueron bien difíciles, después todo se fue acomodando y en un momento logré terminar un texto. Siempre escribía, pero no terminaba.
¿Ahora estás realizada?
Realizada es mucho, siempre queda algo que te parece que podrías hacer mejor. Hay dos formas de encararlo: una es seguir siempre con el mismo libro, mejorarlo y mejorarlo para siempre, que es una aventura; y otra es tratar de hacer una nueva apuesta en el que venga. Yo soy más de esa fórmula, de crecer para adelante.
Decís que en la Argentina la mayoría sabe alguna frase del Martín Fierro, aun sin haberlo leído, ¿qué pasaje de tus novelas te gustaría que se recuerde?
No sé. Sería hermoso que alcanzara esa forma, tal vez la única gloria para un libro es ser parte de la lengua. No creo que vaya a pasar, igual voy a estar contenta sin eso, pero sería muy lindo.
CAFÉ CON COMPROMISO
“Me encanta el café, lo tomo negro, muy cargado. Me tengo que calmar un poco, si no, después no duermo”, confiesa. También le fascina la naturaleza, asegura que es una gran aliada para todo y anhela vivir en algún lugar lejano con mucho verde. “Por ahora, una buena parte del año vivo a las afueras de La Plata, en una casa con un jardincito que amo”.
Este amor se convirtió en compromiso. Así es que también está trabajando para revertir la crisis ambiental. “La Tierra está entrando en ebullición, con nuestra voluntad o sin ella. Así que más vale que le pongamos voluntad”, dice.
*Publicada en revista Convivimos. Diciembre 2023.