Desde un bailarín de malambo hasta suicidios masivos en el sur, la periodista Leila Guerriero persigue temas que trascienden. Por eso, es una de las renovadoras del género de la crónica.
Por Dai García Cueto Fotos Lucía Baragli
Cuando está con algún proyecto de escritura, Leila Guerriero suspende cualquier compromiso. No importa de qué se trate, todo puede dispersarla del estado que necesita para que las palabras fluyan en el teclado. “¿Un poco maniática? Sí”, afirma sin titubeos.
Su nombre es de los más respetados dentro del periodismo narrativo en Latinoamérica. Incluso, algunos estudiantes o amantes de las crónicas la veneran como si fuera una diosa, aunque ella, como atea, confiesa que las comparaciones religiosas no le gustan. Con una trayectoria de más de 25 años, es referente de su oficio, y el reciente nombramiento como parte del consejo rector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez, confirma que es una de las mejores.
“Soy periodista de casualidad”, suelta entre una risa que cuesta identificar si es de gracia por algún recuerdo o conlleva un poco de molestia por haber respondido tantas veces esa pregunta. Desde chica quería escribir, y lo hizo, aunque solo relacionaba la escritura con novelas y cuentos. Sin embargo, eligió estudiar Turismo. Al tiempo, nunca ejerció “porque era un camino directo a una vida que no quería”, y sin conocer a nadie, se animó a dejar en la recepción de Página 12 un sobre dirigido a Jorge Lanata “con la simple intención de querer que se publique un relato de ficción, era en el 91”. A las semanas salió en la contratapa, y seis meses después el entonces director del diario le ofreció un trabajo en Página 30, revista que editaba ese diario. “Creo que vio algo, porque era un cuento muy realista, tenía mucho que ver con el oficio del periodismo, la tarea de observación, la capacidad de escritura transparente, y a partir de ahí nunca más dejé de ser periodista y nunca más volví a escribir ficción. No sabía que quería ser periodista hasta que lo fui. A lo mejor, es una especie de cerrazón –vuelve a reírse–. Pero fue así, la vocación de la escritura estaba, lo que no estaba era la no ficción como posibilidad, apareció y no la solté”. Reservada y misteriosa, es imposible sacarle algún tipo de información sobre sus nuevos proyectos. Lo único que logró saber Convivimos es que abordará un perfil, el cual inicialmente iba a ser un artículo y se convirtió en un libro: “Todavía no se lo
comuniqué a mis editores. Estoy llena de secretos por estos días”. Por su trabajo, en lo que va del año ha realizado unos 18 viajes a diferentes puntos del planeta. “No quiero ni hacer la cuenta porque me aterra”, dice. Es que un poco le molestan, porque los aviones hacen que se le sequen los ojos y se irriten, por más que sus anteojos rosados sean antirreflex. Además, muchas veces los vuelos la dejan varada en algún aeropuerto, y las horas perdidas son vitales para Leila; si por ella fuera, seguramente le pediría al día mucho más tiempo. Sea cual sea el destino, viaja con una maleta de mano con la ropa justa y necesaria, la computadora y un libro, “en realidad suelo llevar dos, porque como quien lee mucho, si el que arrancás no te gusta, tenés el plan B en la valija”. Como viajera frecuente, no se olvida de llevar un adaptador con todas las entradas del mundo, no vaya a ser que en algún rincón del planeta su notebook se quede sin batería. Los diversos adornos que decoran su departamento en Villa Crespo dan testimonio de sus recorridos, muchos de ellos son al estilo del Santo Grial de Indiana Jones.
¿Te pasa seguido cambiar un proyecto en marcha?
Los dos libros que escribí empezaron desde cero con la idea de ser un artículo largo y se transformaron casi en el momento en que me senté a escribir. No es solo que tenés mucho material, porque siempre hay mucho, sino que ves algo de trascendencia más universal, más mayúsculo, y percibís que hay un libro. Es raro, nunca he ido buscando un libro. Estoy trabajando en uno hace un tiempo largo y me está costando, este otro se metió en el medio. A lo mejor quiere decir algo, tal vez tengo que empezar escribiendo un artículo.
¿Por qué decís que sos maniática cuando te ponés a escribir?
Me parece que cada uno tiene su método, hay escritores que pueden hacerlo en cualquier circunstancia. Martín Caparrós, por ejemplo, a quien admiro mucho, escribe siempre en movimiento, puede hacerlo en el aeropuerto, en un bar, en Mozambique o Barcelona, y lo hace fantásticamente. Yo no logro concentrarme si no estoy rodeada de silencio. Encontrar el estado de escritura me cuesta mucho. Para un proyecto grande no lo consigo en un día, hay que ir llegando. Entonces, una vez que lo logro, necesito permanecer sin romper la burbuja hasta que lo termino. Es muy difícil llegar. Salir y volver a sumergirme me resulta completamente trabajoso y tortuoso.
¿Sos de dispersarte rápido?
Para nada, soy muy enfocada. El enfoque en la escritura es una clase de concentración excesiva, casi que necesitás una desconexión con todo.
¿Qué te hace no soltar la escritura de no ficción?
Es una vocación, y si además podés realizar una vida y mantenerte… La felicidad no existe, pero así es algo muy pleno. No se me ocurre pensar en que en algún momento pudiera no ser periodista, salvo que alguna circunstancia externa me lo impidiera o que de pronto perdiera la capacidad de escribir un par de frases con coherencia. No lo dejo porque me gusta, la realidad me parece una materia prima increíble, porque tengo curiosidad y porque todas las cosas relacionadas con el periodismo me dan sentido.
LIBRE Y CURIOSA
Hace años que no trabaja en una redacción, la última fue la del diario La Nación, y siente que es algo para otro momento de la vida, “ahora mismo no me imagino qué rol podría tener en un sitio así. Además es un poco incompatible con la posibilidad de estar en un solo lugar, cumpliendo un horario y entregada a una estructura”. De todas maneras, brinda talleres de crónica que convierten su casa en una especie de sala de redacción, donde no se ve a sí misma como docente, sino más bien como editora. “Es una edición en vivo, intento transmitir mi oficio, dentro de lo que puedo, con mucho entusiasmo”.
Es que también es editora, tarea para la cual considera que se requiere una gran experiencia como periodista y, a su vez, un gran lector con una mirada sobre el texto que excede la del promedio, se trata de “un hiperlector”, dice. Ella cumple con ambos requisitos. Es autora de Los suicidas del fin del mundo, Frutos extraños (antología de sus crónicas), Plano americano (antología de perfiles) y Una historia sencilla. Además, en su casa hay libros por todas partes y en su biblioteca en forma de ele ya no cabe ni un pelo.
¿Cuál es el rol del editor hoy?
Es un rol que tiene relevancia hoy, ayer y siempre. Yo, como tantos otros, me formé de la mano de grandes editores, quienes no te hacían mil señalamientos en un texto, sino que te daban pequeñas direcciones, frases sueltas; y si estabas atenta y eras como una esponja, la cazabas en el aire. Si era un editor que respetabas, te marcaba algo una vez y no lo repetías. Es alguien que querés satisfacer, no hay nada más bonito que un editor que te diga “Me encantó lo que entregaste”. Esa figura se ha ido desdibujando un poco, y me parece que es necesario siempre, no puede ser que un periodista que acaba de salir de una pasantía esté editando una sección en el diario porque no hay gente para hacerlo.
¿Qué características debe tener un cronista?
No hay una fórmula. Pero como base, debe contar con un bagaje de lecturas para tener una mirada interesante del mundo, lecturas de todo tipo, libros, cómics, ir al cine, ser una persona nutrida culturalmente. Después, debe desarrollar esta mirada sobre el mundo para traspasar la barrera de lo obvio, lo banal. Debe tener una calidad de prosa muy superior al promedio, no de manera correcta, sino estupendamente buena, debe ser alguien que se caliente con la escritura, que sienta deseo. También alguien paciente, porque la etapa de reporteo lleva mucho tiempo. Hay que tener una especie de generosidad con el tiempo propio, una gran capacidad de escucha, sin estar apremiado por conseguir una especie de confesión, y es fundamental muchísima curiosidad por la historia que tenés adelante.
¿La crónica sigue siendo un género marginal?
Sí, en términos de que no es masivo, no está en el centro del consumo lector. Ahora se encuentra un poco en el medio de la conversación, siento que hay un interés por el género, incluso de escritores de ficción. Pero como es un género que requiere paciencia y exigencia para la lectura, aunque haya mucha gente aprendiendo a hacerlo, me parece que siempre está en la periferia. No ocupa un lugar central en los medios y en las editoriales, que si bien tienen sus colecciones –yo dirijo una–, no es la zona de megaventas de las librerías.
¿Qué momento está viviendo el periodismo?
El parche que se bate ahora es que el periodismo está en crisis, y pienso que en el periodismo nunca hubo un momento genial. Desde hoy se observa hacia el pasado como si fuera ese lugar mítico, donde todos teníamos recursos de todo tipo para tirar para arriba y que conseguíamos tiempo, espacio y paciencia para publicar nuestros textos. Pero eso no fue así ni para mí ni mis colegas, que se fueron haciendo espacio a los codazos. Siempre ha sido complicado. Ahora lo que se ve es que los medios están desesperados por la falta de venta y publicidad. Tampoco le están encontrando la vuelta para meterse en lo virtual, la web le dio un mordiscón importante e impensado. En ese sentido sí hay cosas que están terriblemente afectadas, por ejemplo la cobertura de coyuntura, todo tiene que ser para ya, a los periodistas se les exige que sea rápido, corto, urgente para llegar primero que otro, y se está perdiendo de vista que lo que hay que hacer es llegar mejor. La diferencia en este mundo con tanto ruido la van a terminar haciendo los medios que decidan ir mejor y no ir más rápido. Además, hay un abuso de publicar más opinión que noticias, se ha ido corriendo mucho la frontera y me parece superpeligroso, leés los diarios y tienen una mirada sesgada que el periodista trata de hacer entrar en la realidad a través del molde que tiene y no lo contrario.
*Publicado en revista Convivimos. Julio 2018.