Mirta Romay creó Teatrix, el Netflix argentino del teatro, uniendo pasiones que vienen de familia: el teatro y lo audiovisual. Para la hija de Alejandro Romay, en el país faltan productores que arriesguen.
Por Dai García Cueto Fotos Gentileza Teatrix
Mirta Romay (65) se define por lo que todavía no ha hecho. “Tengo un enamoramiento por lo que no soy, por lo que se viene por delante”, confiesa la hija mayor de Alejandro Romay, el “zar” de la televisión argentina por más de tres décadas. Esa mirada al futuro la puso a la vanguardia con proyectos innovadores vinculados a lo audiovisual. Aunque se recibió de psicóloga, su vocación la encontró en una isla de edición de Canal 9. Desde ese momento, su interés es incursionar en el lenguaje, y de acuerdo con los contextos, lo combina con otros gustos, como la educación o el teatro. “Me gusta trabajar donde no se necesita leer un libro para ver cómo se hacen las cosas, poner mi capacidad de observación para lograr un objetivo”, confiesa.
Con la pérdida de audiencia de la televisión abierta, el crecimiento de Internet y enamorada del streaming, encontró la posibilidad de dedicarse a lo que le gustaba y, al mismo tiempo, caminar hacia una tendencia mundial. Hace cinco años, creó Teatrix, una plataforma web para ver obras de teatro por consumo on- demand, ambicionando competir en el segmento de lo audiovisual on-line. Entonces, el usuario no ve un documento de trabajo de los elencos a una sola cámara, sino teatro filmado como si fuera una película, otra
forma de consumirlo.
¿Por qué Teatrix?
Previamente a Teatrix, desarrollé una plataforma de educación a distancia. Pero era una tarea comercial, de venta de la plataforma, y no me entusiasmaba. Si bien aprendí muchísimo, porque técnicamente es un proceso muy interesante, como producto audiovisual, era una persona hablando y no mucho más. Entonces, apareció Teatrix en un intento de volver a lo que me gustaba, a lo audiovisual. La plataforma ofrece un catálogo de altísima calidad de la hechura audiovisual, que es lo que todos valoran.
¿Qué balance hacés en estos cincos años de Teatrix?
Precoronavirus, la empresa venía creciendo sistemáticamente, alcanzando un equilibrio financiero para desarrollarse en otros mercados. La pandemia potenció el trabajo hecho y lo puso en valor. En este contexto, somos la única plataforma que puede monetizar la actividad teatral, que tiene previsto un cierre prolongado. Es un servicio muy importante que les puedo dar a los elencos y productores. Además, somos la única plataforma multipantalla. El desarrollo técnico que hoy tiene es porque he ido apostando decisiones en momentos en que no abundaban estas plataformas, mucho menos de teatro. Aposté a una visión clara: el hombre está hiperconectado, vive en dos mundos. En uno se conecta entre personas, y en el otro está
mediatizado por la tecnología. Cuando el coronavirus anuló lo presencial, se puso de manifiesto una enorme red, que ya estaba hecha, de intercambios en el mundo del entretenimiento, de los negocios y de los afectos. Me paré en esa visión.
¿Sos una visionaria?
No, siento que soy una persona creativa. Nunca voy a ir por el lugar más fácil, no me entusiasma. Cuando comencé con Teatrix, le conté entusiasmada mi idea de filmar el teatro a Ralph Haiek, quien fue presidente del INCAA. “Esa es la parte heroica tuya”, me dijo. Lo heroico me desafía. El común denominador de la gente es manejarse en el ámbito de lo cómodo. Podríamos aprovechar esta pandemia para salir de la zona de confort. En mi caso, estaría chocha encarando una situación así, sería hacer lo que me encanta: lanzarse a crear, repensar y refundar instituciones. Algunos hablan de desaprender, que también refiere a soltar lo que nos resulta cómodo. Para mí, es arrogarme a un universo nuevo que tengo que aprenderlo, descubrirlo, entenderlo. Así soy hasta en las pequeñas cosas. Por ejemplo, una vez me llamó alguien de los Estados Unidos porque le rebotaba el ingreso a la plataforma. Estuve todo el día averiguando qué fallaba, porque si esa persona no podía, muchas otras tampoco. Siempre voy a tratar de encontrar la solución.
¿Qué has aprendido del teatro?
Cuando una es muy joven y quiere construir una identidad, una autonomía, lo primero que hace es alejarse de los vínculos familiares, al menos a mí me pasó así. El teatro estaba ahí, formaba parte de mi vida, lo que hice fue integrarlo a mis intereses desde un punto de vista laboral. Ahora estoy aprendiendo teatro, me anoté en un curso sobre dramaturgia porque quiero tener más herramientas cuando editamos o discutimos una obra. Es algo que no terminás de aprender, porque cada obra de teatro es pura creación.
¿Qué futuro le ves?
Tiene que volver a abrir sus puertas, espero que sea lo más rápido posible, porque la relación entre el actor y el espectador es única e irreproducible. El potencial del teatro está, lo que no veo es la situación económica que ayude a estimular a los productores a invertir. A medida que nuestro país va deteriorándose, las personas con vocación de riesgo dejan de arriesgar. Eso es lo peor que nos puede pasar como sociedad, porque necesitamos capital de riesgo, personas que se enamoren. Si tuviéramos un país con una economía sana, tendríamos más personas que apuesten.
¿Y a la televisión?
Quizá el futuro es esto, plataformas que pueden atender a nichos a los que la televisión abierta no puede atender. Creo que la evolución está en YouTube y en las redes sociales. Hoy todo el mundo produce televisión, hace sus propios videos. La televisión construye un tejido social interesante, hay que ver cómo se repiensa. Aunque aquello que conocíamos como tal no sé hasta qué punto podrá volver, si se podrá recuperar o reciclar, porque se requiere una inversión que no está disponible. Hoy, con lo que tiene, la televisión hace programas periodísticos que no ayudan, enferman. Hoy no decide nada, hace lo que puede, no tiene capital para arriesgar ni líderes que arriesguen. Quienes dirigen los canales no son los dueños, son empleados, entonces no cuentan con capacidad de innovación, tienen que conservar un puesto de trabajo.
¿Por qué apostaste al teatro?
Cuando aposté al teatro, aposté a que la sociedad siempre iba a necesitar un aspecto de encuentro con ella misma. Por eso, digo que el teatro no va a cambiar de formato, Teatrix le da una segunda ventana y lo hace accesible. La construcción narrativa del teatro está atravesada por muchas líneas que no tienen ni el cine ni las series. Además, está más cerca de interpelar a un espectador, de emocionarlo visceralmente, y eso es algo que necesitamos los seres humanos.
¿Cuáles fueron las enseñanzas de tu papá sobre los medios?
Es difícil explicar cuando las enseñanzas parten de la convivencia, de compartir un universo de creencias, de valores, de trabajo, de dedicación. Son aprendizajes que forman parte de mi identidad, no hice un curso. Logré salir de la esfera familiar, recorrer un camino propio para volver distinta. El aprendizaje se dio en esa vuelta donde pude dejar de pelearme y discutir internamente con lo familiar. Lo que me pasó a mí también les pasó a muchos jóvenes, la diferencia es que mi padre era muy conocido.
¿Qué recordás en los estudios de tu papá?
Tengo recuerdos en la radio, con mis hermanos cuando éramos muy chiquitos, Viviana era bebé. Nosotros corríamos, jugábamos, saltábamos, ¡las oficinas eran nuestras! Hubo una época en que a papá le gustaba transmitir el fin de año, se armaban grandes mesas con todos los empleados y venía gente que pasaba por la calle a mandar mensajes a sus familiares. Después me acuerdo del canal. De “ratearme” en la secundaria para ir a ver a los actores o cómo filmaban las novelas. Una vez, mi papá se enteró, y en vez de retarme se rió y me dijo “Que tu mamá no se entere”. Quedó como una complicidad entre nosotros. Papá tenía una sala enorme que daba al estudio mayor de Canal 9, y los domingos nos juntábamos ahí. Éramos “Los Campanelli”, con mi abuela llevando la comida a una mesa grande. ¡Era muy divertido!