Daniel Sedita disfruta de su oficio de pintor, del que vive hace más de 25 años. Autodefinido como colorista, sale a buscar sus composiciones a las postales que le regala la naturaleza y asegura que Córdoba tiene una armonía casi lista.
Por Daiana García Cueto Fotos: Sebastián Salguero
Una de las costumbres de Daniel Sedita (53) es salir a caminar, y cuando lo hace, no va vestido con ropa deportiva ni tampoco tiene previsto armar un picnic, con él lleva un caballete, óleos, pinceles y su infaltable espátula. Recorre los paisajes de La Granja, en Córdoba, buscando su próximo cuadro.
Es pintor, oficio que necesitó de algunos años y mudanzas para reconocerlo como su lenguaje expresivo. Sabía que lo suyo era el arte, y también probó con la música, porque nació en Rosario y su juventud coincidió con la aparición de la “trova rosarina”, con Juan Carlos Baglietto y Jorge Fandermole como algunos de sus representantes. Pero a Daniel no lo tentaba la vida nocturna que ofrecía ser músico. La cercanía con el arte, también era una cuestión familiar, su papá Antonio era músico y su mamá Marta pintaba. Ganó el Edipo. “Ella pintaba en su juventud, pero era de esa generación que deja todo por sus hijos. Por eso, se puso my contenta conmigo”, le cuenta a Convivimos.
Padre de seis hijos -Jacinto (30), Bernabé (26), Elías (24), David (21), Bethel (19) y Santiago (17)-, está casado con Norma, de quien afirma es su “primera crítica”. Hace poco tiempo terminaron su casa en la localidad de las Sierras Chicas a donde llegaron en el ´89. “La Granja armoniza todo, nuestra necesidad, estamos cerca, pero lo suficientemente lejos de Córdoba, y tampoco es Traslasierra, que era un rally si no”.
¿Por qué tu inspiración son los paisajes cordobeses?
Cuando llegué a Córdoba conocí a Georg Miciu, quien me formó con cuatro o cinco bases, de las cuales la más importante es trabajar y trabajar, como todo oficio. En Rosario me gustaba el arte, pero no sabía qué pintar, no me motiva nada. Córdoba me motivó, sobre todo, las sierras, lo cotidiano, lo tradicional. Córdoba es especial por la luz. Fernando Fader fue uno de los paisajistas que la retrató y pudo captar lo mismo que Monet y Renoir en Francia. La técnica era simple: salir afuera a pintar y ejercitar la visión. Miciu, mi maestro, me hablaba de los rojos del cielo azul, pero… ¿dónde están?, pensaba yo, ¿los verdes en las sombras de un camino? Con el ejercicio y el oficio vas viendo el reflejo del cielo en el piso y viceversa, se arma una atmósfera. Por eso llega a las personas, porque es una armonía.
¿O sea que tu atril se mueve?
Si, pinto adentro y afuera. Me voy y hago kilómetros para ver qué me dice el paisaje, salir a pasear y pensar qué lindo esto. Ahí saco mi caballete y mis cosas y me pongo a pintar. Voy a buscar la composición. Después puedo hacerlo en el atelier, pero lo que me motivó no es una imaginación cien por ciento de mi cabeza, sino algo que encontré. Por ejemplo, uno de los últimos que pinté es un cuadro con manchones amarillos, eran las figuras de unas flores que había en un lugar, lo que me generó eso fue el color que vi en el medio de un follaje serrano, con la luz y el color se recortaban esas flores.
¿Qué pasa por tu cabeza al pintar?
Cuando pinto hay una superación, mi próximo cuadro tiene que ser el mejor. Trato de esforzarme y trato de concentrarme concretamente en lo que estoy haciendo, solo en ese cuadro. Quiero sacar algo bueno, no sé si lo logro, pero quiero superarme. Cada cuadro tiene su personalidad. No hago en serie, quiero disfrutar con lo que hago.
¿Por qué son importantes los artistas plásticos en la sociedad?
Pienso que una expresión artística es algo que naturalmente va implícito en nuestro interior, en nuestra expresión, que es parte desde el alma. Hay distintos pintores y distintas expresiones, pero lo artístico parte desde adentro de nuestro ser. Por otro lado, está la naturaleza que nos muestra lo natural, pero por el lado de la creación del hombre está lo que expresa.
¿Qué expresás en tus obras?
Lo veo en el resultado. No porque lo discierno o exprofeso, no vi todo lo que hice hasta que lo veo, me salió, y otro lo ve, y dice me gusta esto o no. Yo adquirí un oficio, el de mezclar colores, como el de interpretar un instrumento. A veces da cuenta, otras no, de lo que a la gente le puede gustar. Si hay una conexión, muchas veces el artista es consiente y otras no. Salvo que alguien quiera hacer algo muy pensado.
¿Qué relación hay entre la gente y las obras?
Les gusta, lo que atrae es el tema de los colores. De tanto pintar, lo importante en un oficio, es adquirir experiencia. Tener experiencia e ir madurando. El punto de partida es lo que traigo de afuera y después lo expreso en los cuadros, y los colores se armonizan. Córdoba tiene una armonía casi lista, eso atrae a algo en la gente.
¿Se está consumiendo más artes visuales? ¿Se cuelgan más cuadros?
Hay más posibilidades de la gente de consumir, porque hay más gente que pinta que cuando yo empecé. Y hay más gente que quiere colgar algo, pero es amplio, se cuelgan fotos o cuadros decorativos.
En un mundo con tanta sobreexposición de imágenes, ¿sobrevivirán las artes plásticas?
Pienso que mientras quede la humanidad, así como somos, siempre va a haber pintores. No me imagino un mundo sin pintores. Cuando apareció la fotografía y Félix Nadar empezó a hacer fotos de retratos, se decía que ese uso iba a eclipsar al pintorretratista, pero la expresión de la pintura agarró para otros lados. Siempre va a haber inquietos pintores.
CAFÉ AL AIRE LIBRE
“Tenía una especie de rechazo, tomaba té. Ahora tomo café con leche a la mañana. Y me lo preparo como una ceremonia, me gusta con espumita”, cuenta Sedita, uno de los cultores de la técnica auplein air en Argentina. Su atelier está en su casa, y para siempre estar en contacto con el exterior lo construyó con un gran ventanal con vistas a la sierras y también al pueblo.
*Publicado en revista Convivimos. Junio 2016.