“No podría encerrarme en el ballet clásico”. Cecilia Figaredo

Bailó con Julio Bocca, participó en Bailando por un sueño, y hoy dirige su propio espectáculo. Su trayectoria diversa le asegura su lugar como una de las principales figuras de la danza argentina. Conversación con una bailarina atípica.

Por Daiana García Cueto. Foto Lucía Baragli.

Cecilia Figaredo (42) ganó por insistencia. Le llevó varios años convencer a su mamá, Iris (72), de que la danza era lo suyo, y después, de una manera infrecuente en la trayectoria de las bailarinas, se convirtió en una de las más importantes en menos de cinco años. Tenía once cuando ingresó en la Escuela Nacional de Danza, y catorce cuando se incorporó al quinto año del Instituto Superior de Artes del Teatro Colón. “Bastante más grande de lo habitual”, le dice a Convivimos, con lo que confirma la velocidad del tiempo vital en la carrera de las zapatillas de punta. Y 16 cuando Julio Bocca la convocó para formar parte del Ballet Argentino bajo su dirección. Dejó el Colón y armó las valijas para hacer giras internacionales junto a uno de los bailarines más reconocidos del mundo, con quien bailó durante dos décadas. “Es como (Diego) Maradona. Son tocados por la mano de Dios. Pasan la raya del excelente, van más allá. Ha sido un bailarín como pocos en el mundo, y por suerte, tocó que fuera argentino”.

Su amor por la danza nació de su conexión con la música. “Mi papá escuchaba música y yo me ponía a bailar en el living de mi casa, me movía sola, me gustaba sentirla con el cuerpo”. Con el tiempo, la disciplina y el esfuerzo se convirtieron en sus guías, quería ser bailarina y lo lograría más allá del cansancio y el dolor. Sin embargo, la vida sacrificada asociada al mundo del ballet para ella es sólo un mito. “No es un sacrifico si hago lo que me gusta”.

Mauro (2) es el primer hijo que Cecilia tuvo con el contrabajista y compositor Andrés Serafini (45). El segundo es Boulevard Tango, un espectáculo que combina baile con música en vivo. Además de ser un sueño cumplido, es su primera experiencia como directora: “Es una parte nueva de esta profesión que voy descubriendo ¡Me gusta!”, aunque aclara que se le hace fácil por el talento de sus bailarines.

“Arriba del escenario soy la Cecilia más auténtica”. También asegura que no puede definir qué es bailar si no es bailando. “Puedo imaginarme fuera de los escenarios, ese momento va a llegar, pero lo que no me imagino es alejada de la danza”.

¿Cómo te definís?

Soy bastante polirrubro. En mi carrera tuve la posibilidad de encarar distintos tipos de danzas gracias a estar bailando tanto tiempo con Julio. Él siempre fue un bailarín con muchas inquietudes, con ganas de experimentar cosas nuevas. Eso hizo que yo fuera de alguna manera muy dúctil para realizar diferentes estilos; bastante dúctil para ser una bailarina clásica.

¿No podrías encerrarte en el ballet? 

No. Fui criada por Julio y él siempre nos inculcó “no quedarnos encerrados en un estereotipo”. Todo evoluciona, hay que crecer y ampliar el registro, aprender cosas nuevas. Eso hizo que no me pudiera quedar sólo con el ballet clásico, siempre tuve inquietudes de abordar cosas del jazz, del tango, del contemporáneo, o de investigar cosas nuevas.

¿El sacrificio es uno de los estereotipos de la vida de los bailarines?

Sí, porque uno trabaja con el cuerpo. Entonces hay que atravesar dolores o lastimaduras en medio de las funciones, donde no podés parar, y trabajás sobre el dolor. Ahí se hace este mito del sacrificio: aun con la ampolla sangrando te ponés las zapatillas de punta y seguís adelante. Es más por eso.

¿Qué otros mitos falta aún romper? 

El que mostró la película Cisne negro (con Natalie Portman), donde contaba que el director era tremendo, muy malo, que boicoteaba psicológicamente a la bailarina; eso para mí es un mito. No creo que sea así, hay directores o coreógrafos que pueden ser más rígidos, y hay otros que son más blandos y cariñosos. Si me baso en mi carrera, he tenido la suerte de trabajar con directores y coreógrafos muy respetuosos de los bailarines.

¿No te tocó nunca algún maestro que te marcara para mal? 

No, por suerte no, los que me han marcado lo han hecho para bien. De los maestros siempre vas a sacar algo, aun del que no te guste o el que te parece que no sabe tanto.

¿Las experiencias de vida te nutren como bailarina? 

Sí, la vida misma te va nutriendo. Hasta mirar la vida de otros te ayuda a juntar elementos para contar historias. Se procesa espiritualmente algo y luego se lleva al escenario. Son herramientas para expresarse.

¿La búsqueda de diversidad de estilos es una forma de dialogar con el público?

Sí, y de mostrarle cosas nuevas. Así como nos nutre a los artistas, también lo hace con el público. Por ahí descubren que no les gusta el clásico, pero sí el contemporáneo. Mostrar registros nuevos aporta a la cultura de cualquiera.

¿Quién te convenció para participar en Bailando por un sueño? 

Me convenció Hernán Piquín, que era algo que podíamos hacer, que le parecía que era una bailarina que tenía que experimentar bailar en la tele. Con Hernán tenemos una química muy especial, y quería hacerlo conmigo para bailar juntos todo el año. Además, estaban Maximiliano Guerra, Eleonora Cassano, colegas muy conocidos, y era una manera de no sentirme tan sola, contenida en un ámbito que no era el mío.

CAFÉ CON LECHE

Antes de cada función, Cecilia se toma un café con leche: “Si no, no funciono. Siempre, mientras me maquillo, me lo tomo. Es una costumbre de toda la vida y no la puedo dejar”. Cuenta que no hace gimnasia ni ningún otro entrenamiento más que sus clases de danzas y ensayos. La diferencia entre los bailarines y la gimnasia es la expresión: “La técnica es un vehículo para expresar sentimientos, te hace sentir se-guro para que puedas dejarte llevar. Técnica y sentimiento tienen que ir de la mano”.

Café con Cecilia FigaredoCafé con Cecilia Figaredo

 

 

 

 

 

 

*Publicado en Revista Convivimos. Julio 2015.