«Las mujeres somos muy poderosas». Natalia Oreiro

Habla por ella y también por la cantante a quien interpreta en el film Gilda, no me arrepiento de este amor. Confiesa que con Miriam Alejandra Bianchi se identifica en la fuerza de luchar por los sueños. Conversación a fondo antes del estreno.

Por Daiana García Cueto Fotos Patricio Pérez

Natalia Oreiro aún se parece mucho a la niña del Cerro de Montevideo. Está sentada en un sillón de su estudio, uno de los pocos objetos del lugar que no es rojo, su color preferido, y, como si fuera todavía una nena, todo su cuerpo entra enroscado. Mientras tanto, habla de su profesión con la misma intensidad que tenía cuando, a los nueve, tomó la decisión de ser actriz. Convencida de que los sueños se pueden cumplir, un
día cruzó el Río de la Plata y se concentró en concretar los suyos. Lo importante para ella es estar segura de las decisiones que toma, y, sobre todo, de que no falte el disfrute. El estreno de Gilda, no me arrepiento de
este amor es una síntesis de todo eso.
“Como actriz, siempre tuve el deseo de llevarla al cine. Lorena Muñoz, la directora, logró cumplir el sueño de ambas, porque ella también es fan”. Cree que fue la mítica cantante de cumbia –Miriam Alejandra Bianchi era su nombre verdadero- la encargada de indicar que era el momento para compartir su historia. “Fueron varios los directores que trataron de contarla y no lo lograron; que suceda a 20 años de su muerte demuestra que una parte de ella dijo ‘ok’”. En el mismo estudio, entre una veintena de guitarras, instrumentos de percusión, batería y un par de teclados, se distingue el altar dedicado a la diosa de la cumbia; chiquito, pero llamativo.

¿Por qué sos fan de Gilda?
Siempre me gustó la cumbia, me coloca en un buen ánimo. Si suena una, me pongo a bailar, eso es algo que tiene que ver conmigo. Dentro del género, Gilda siempre me gustó muchísimo: las letras, el hecho de que las escribiera ella, que hablara de mujer a mujer. A medida que iba creciendo, trataba de homenajearla en
mis trabajos. En Sos mi vida, hice la cortina con el tema “Corazón valiente”; en Solamente vos, la canté, pero ya en Muñeca brava mi personaje iba a una bailanta, cantaba sus temas, dormía con una remera con su
cara. Ahí fue donde dije ¡soy fan! Me identifica lo de luchar por lo que querés, en contra de ciertos parámetros que tiene que cumplir una mujer a determinada edad. Ella tenía 30 años, dos hijos, estaba casada, era maestra jardinera y, de repente, decide cumplir su sueño de chica. Claro, todo su entorno se revolucionó. En los ’90, el mundo de la cumbia era muy masculino, las cantantes de moda eran voluptuosas,
ella era muy delgadita. Tenía todo en contra. Además, promovía el creer en uno mismo y en los sueños.

¿Qué buscaste de ella?
Cuando con Lorena empezamos a investigar sobre su vida, tuve la posibilidad de conocer a sus amigas, parte de su familia, sus músicos, técnicos, su seguridad… Quería conocer quién era Miriam, porque Gilda, el mito, es toda la energía que generaba y que, de alguna manera, creemos conocer. Ver los recitales en YouTube para
mirar cómo bailaba y cantaba fue un trabajo que estuvo súper cuidado; trabajaron los mejores del rubro para lograr que me veas y la veas a ella. Eso tiene que ver con la coraza, pero a mí me interesaba lo emocional, lo interno, quién era ella como mamá, como amiga. Soy intérprete, no soy imitadora, y el cine es verdad en la mirada; lo importante era la esencia y energía de ella. Siento que esa energía estuvo presente todo el tiempo.

¿La gente también te convirtió en Gilda?
Creo que hice un trabajo fino para que cualquier director que pensara hacerla, al menos, me tuviera en cuenta (se ríe). No digo que sea la única que podía interpretarla, todas las actrices buenas del país podrían haber hecho un gran trabajo. En mi caso, sucede que, además, soy fan y desde chica lo hice confeso. Entonces, la gente encontró en mí alguien afín a ella. Además, soy cantante, así que cerraba perfecto.

Natalia también participó activamente en la definición de la estética del film. “Todos mis trabajos siempre han tenido una gran cuota mía. Soy intérprete, pero también una mujer orquesta y no puedo quedarme callada. Si veo algo en el guión, ¡ni hablar en el vestuario o en la parte musical!”, dice mientras intenta arreglar uno de los botones de su campera deportiva.

¿Qué tenés en común con Gilda?
Ser una madre muy presente. Le importaba mucho eso, pero, al mismo tiempo, no dejaba de hacer cosas en su profesión. Trababa de combinarlas, creo que en eso nos identificamos. También en creer que los sueños se pueden cumplir. No importa cuáles son las puertas que se te puedan cerrar o la gente que te diga que nos servís. A todas nos pasa en nuestra profesión. Creo que, en ese punto, las mujeres somos muy poderosas porque podemos con todo. Podemos ser madre, amiga, trabajadora. El hombre no tiene tanta capacidad para hacer todo, de hecho, lamentablemente, a ellos no se les exige como a nosotras. Hay que ser súper mujer,
buena madre, buena esposa, buena cocinera, buena trabajando, pareciera que la mujer no puede crecer y el hombre sí. Muchas veces, somos nosotras mismas las que prejuzgamos. Depende de nosotras, y del hombre, sin duda, porque es el que da el ejemplo del lugar que debe de tener la mujer.

MUJERES CON HISTORIA
Nombres como los de Juana Azurduy y Juana de Ibarbourou circulan entre sus intereses. Y, como “la vida es un crisol de personajes”, también descubre historias en la vida cotidiana. “Conocí una mujer que tuvo una situación personal ligada a la adopción que me conmovió muchísimo y tengo ganas de desarrollar el guión para contarla. Depende de lo que voy necesitando. A otra edad, quería hacer otros personajes”.

¿Te venís encontrando más en el cine que en la TV?
En general, no. Algunos me dicen “ahora que hacés cine dramático…”. A mí me encanta la comedia y hacer drama es todo un desafío. Le encuentro distintos tiempos y llegadas. La tele es un instrumento increíble. A mí la gente me quiere porque me le metí en la cocina. El cine tiene esa cosa más de distancia. La tele vino a acercarte directamente. La gente siente que soy parte de su familia, sobre todo, por mis personajes de comedia, así lo siento en la calle. El cine tiene esa mística de que queda para siempre y tiene un tiempo distinto de elaboración que la vorágine televisiva no te permite. Entonces, si tenés un buen guión y un buen director, podés lucirte un poco más, profundizar. De todos modos, en la tele siempre trato de que mis personajes tengan mucha verdad, que, como mujeres, afronten tabúes o rompan con ciertas ideas.

¿Te gusta que tus personajes ayuden a otros? 

Sí, eso me importa bastante. No me gustan los personajes que los ves y decís: “Esta es la buena”. Que tengan ciertos egoísmos, que sean testarudos, pero que siempre sean loables, como las personas en sí. Todos sentimos culpa, odiamos, nos equivocamos. Me gusta que los personajes colaboren con lo que pasa en el momento, al menos con temas que sienta que les pasan a las chicas de mi edad, a las mujeres.

Bajaste cinco kilos para interpretar a Gilda, subiste siete para Infancia Clandestina… ¿Pensás
que a mayor transformación es mayor el desafío?
Sí. Obviamente, una actriz bucea adentro para encontrar todo. Mi técnica es que, en algún lugar de mí, lo tengo que colocar, pero cuanto más lejano a Natalia sea el personaje, más interesante me es interpretarlo.

“MAMÁ CANGURO”
Hace dos días que no para de llover en Buenos Aires y el agua también hace de las suyas en la casa de Natalia. Del otro lado de la ventana de la cocina, de pronto, se asoma Ricardo Mollo, abre la puerta, se descalza los zapatos embarrados y pasa saludando con una sonrisa. Estuvo arreglando una cañería del techo.

Hace 15 años que formaron pareja y, hasta el momento, la decisión es seguir siendo tres, pero alejados de la ciudad. “Tengo ganas, sobre todo para mí, para mi hijo, de estar en un lugar con menos ruido y con más verde”, dice ella.

¿Cómo llevás la maternidad?

Mamá canguro. Atahualpa me acompaña a todos lados. Me importa mucho ser una mamá presente, sobre todo, porque lo disfruto.

¿Con él es todo ‘sí, mi amor’?

No, para nada. Lo que pasa es que venimos de una generación que los criaba en el miedo: “No hagas eso que te va a pasar tal cosa”. Estoy en total desacuerdo con eso, el niño tiene que comprender por qué no debe
hacer algo, y no que le nieguen el postre si se porta mal. Es una forma de educación, pero esa forma premio/castigo no me parece sana. Para mí siempre la palabra fue muy importante, pero tiene que ir relacionada con el corazón, una mezcla de “lo digo y lo siento”, no lo digo porque es así o porque lo leí. Si se mandó una macana y se pone a llorar, no lo voy a poner en penitencia, sí me da por abrazarlo. No sé si eso
está bien o mal, es lo que me sale. Yo lo veo feliz y seguro de sí mismo, que para mí es lo más importante: criar niños seguros de ellos mismos y no con miedos.

¿Qué tiene de vos y qué del padre? 

Tiene mucho de los dos, pero, para mí, Ata es realmente él. Obviamente, está mucho con nosotros, pero  además va al jardín y trae cosas de sus amiguitos, que también forjan su personalidad. Y, como padres, hay
que ser consecuentes con nuestros actos. Creo que somos una generación mucho más consciente de eso.

Sigue lloviendo y Natalia corre por el jardín con botitas de lluvia y un piloto negro. Va a despedir a su hijo, que está por salir con su papá. “Se van a lo del luthier”, aclara. “Nos vemos, mi amor”, le dice mientras lo
abraza.
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*Publicado en revista Convivimos. Septiembre 2016.